Desde la película de Paco Martínez Soria , armarse el Belén es sinónimo del caos. El propio Belén, el de la tierra de Israel, está en el corazón de una geografía que convive con el conflicto permanente. Pero esa, es otra historia. En estos días próximos a la Navidad, pareciera que en Extremadura, España y Badajoz se viva una película donde los Isbert, Landa, Ozores, Leblanc, Gómez Bur, Saza, Aparicio, López Vázquez, Soler Leal y el propio Martínez Soria, se hubieran puesto a las órdenes del recientemente fallecido Berlanga y nos ofrecieran un sainete de aurora boreal donde el histrionismo, el absurdo y la mala leche adquirieran un protagonismo ridículo. Es decir, que el Belén está armado y vamos a no mencionar nombres, particulares o colectivos, para no sacarles los colores.

Hablemos, por una vez, de otros belenes, los auténticos, los de verdad, aquellos a los que es posible llevar a los niños sin que se escandalicen o echen a llorar. Aquellos donde los mayores son capaces de ver valores que no ven en la vida real. Esos belenes que no hacen mal a nadie, a pesar de los extremistas, laicos de andar por casa o agnósticos de todo a cien, por no hablar de los ateos inanes, revolucionarios de papá y eruditos a la violeta. Belenes imponentes como los de San Agustín o La Concepción, exquisitos como el del Museo de la Ciudad junto con los curiosos dioramas, cuidados como el del Convento de Santa Ana, necesarios como el de la Catedral. Belenes como el esmerado de las Clarisas Descalzas, el tradicional y magnífico del Asilo y los recientes de San Roque, San Fernando y San Andrés. Belenes generosos como el de Apnaba, entusiastas como el de Global Humanitaria y diferentes como el de la Hermandad del Resucitado.

Badajoz ha armado, stricto sensu, un Belén. Más allá de buenos y malos, de policías y ladrones, de Navidad y sus reaccionarios. Una ruta de los belenes que se puede complementar con la visita, siempre apropiada, a museos y monumentos cercanos a los lugares indicados, donde el paseante, individual o familiar, puede hallar también templos gastronómicos donde saciar su paladar.

Y si quiere experiencias más intensas, siempre quedan los belenes vivientes, que no, que no son expresiones clandestinas de barullo y fiesta sino el delicado y ensayado trabajo realizado por las mujeres rurales en Sagrajas, la parroquia de San Fernando o las asociaciones de vecinos en Gurugú o Llera.