Dicen que en el norte llueve sirimiri. Pero estos días lo ha hecho a fondo. Se espantaban las horas a manotazos, ráfagas de tiempo que caían sobre los montes y espabilaban el mar. «Los verdes prados y el mar bravío». Y el aire infinito, que colma el pecho, y lo aúpa hasta fundirse, volaba como un abrazo a la salida del aeropuerto. Llueve. Y lo hace con bondad, blandamente, empapando como el almíbar de un buñuelo. Separados desde hace meses por una línea que no une, puntos discontinuos, vía sin tren, ese tan largo Badajoz-Bilbao solo se vence con cuidado.

Arropada con la voz hermosa de mi amigo José Luis se alivian los inviernos y las penas. Y las distancias se acortan, acaban desvanecidas como el horizonte en el Cantábrico, como la dehesa en día de niebla. Por eso, al vernos de nuevo, de la boca sale una bienvenida como un bálsamo. Balbuceamos un reencuentro y las sonrisas bendicen la tarde. Un amor blanco nos sigue los pasos en lugar de la sombra, mientras caminamos cogidos del brazo, observando la vida que pasa, sin prisa, solo depositando su brillante belleza sobre nuestros párpados. Como un beso. La letra b lleva la panza llena de palabras, bonitas, de palabras que se balancean en nuestros manos, meciendo un bebé dormido. Sílabas redondas como una embarazada y los buenos amigos. El museo de bellas artes de Bilbao es un cuaderno de notas. Uno de viajes, lleno de paisajes, y de olor, y de un rincón y de una pasión fugaz y de una luz inusitada y de un compás que uno intenta retener sin éxito. Es también la caja de Pandora. Y un camafeo precioso que encierra el mechón del ser amado y la magdalena de Proust, y el tiempo perdido y el vuelo a otra parte y a sí mismo.

Es un cuaderno rubio de caligrafía. Y un María Moliner. Y una melodía encadenada. Cada sala lleva una letra y la letra le da la mano a una palabra y ella le da el relevo a la imagen, a la forma. Y la forma sugiere un nombre a veces no pronunciado y así se hablan las pinturas entre sí, de una sala a la de al lado, comunicándose, comunicándonos. Las obras se suceden ordenadas por el alfabeto, la clave de la partitura, la llave para comprender, asiendo, sintiendo la vocal, la consonante en la piel y en la retina. Con las que se ordena el pensamiento y nuestro mundo, se memoriza la vida y se crean los recuerdos: La B de Bilbao. La F de friends. La LL de la lluvia a la que solo le falta el sonido repiqueteando sobre el tejado.