Desde lejos, esta ciudad suele considerarse un sitio tal vez de paso y poco merecedor de atenciones turísticas. Situada en la esquina del mapa, nada le resulta próximo. Quien viaja a Portugal salta por la autovía sobre ella sin lamentarlo. A la hora de enjuiciarla, son más los defectos hallados que las virtudes. Si la miras de cerca puedes encariñarte, como hacemos con las personas amables o con los gatos callejeros aunque no den más de sí, pero reconocerás fácilmente la decadencia de sus viejas calles, el olor a basura en sus esquinas, los paseos accidentados, los jardines languideciendo, la cicatera iniciativa de sus habitantes, la flojedad --y, a veces, catetería-- de su oferta cultural. Sabrás de permanentes cuitas entre sus administradores, cada uno tirando los trastos al de enfrente mientras los ciudadanos pierden y se sorprenden ante argumentos endebles. Quien la defiende a muerte suele hablar de una presunta calidad de vida en referencia a su gente alegre y a lo barato de los alquileres en comparación con otros lugares donde, recuerden, sus habitantes ganan salarios mayores y ofrecen suficientes empleos. Partir de una crítica fácil y destructiva no es bueno, pero tampoco lo es disimular o creer que por ser nuestra ciudad es la mejor, de igual modo que nuestro primogénito es el más guapo. Por eso me siento hoy obligada a felicitar la iniciativa de La Noche en Blanco propiciada por el equipo municipal que se desarrollará cuando anochezca la tarde en el casco antiguo durante algunas horas. Ha conseguido poner en marcha más de treinta actividades y contar con la colaboración de muchos ciudadanos y establecimientos. Se prestan entre todos a mostrar esa cara escondida de la ciudad, la del entusiasmo y la curiosidad por algo distinto, que recorrerá lugares emblemáticos. Ojalá paseen los ciudadanos por la Soledad, la plaza Alta o Moreno Zancudo disfrutando, asombrándose con las posibilidades hasta ahora ocultas de esta ciudad. Suerte, Badajoz. Que se repita.