TTtodos hemos sido bocazas alguna vez. Nadie está libre de hablar de más o a destiempo. La edad, sin embargo, tiende a curar esta dolencia que, en un joven, puede tener disculpa, pero que en una persona mayor es imperdonable y más si su recidiva es frecuente. La madurez es la época de la reflexión, que es el antídoto de esa enfermedad. Pero hay algunos que cuanto mayores son más acusan este mal, convirtiéndose así en bocazas olímpicos. Lo bueno del asunto es que a los bocazas los conocemos todos y nadie en su sano juicio hace caso de sus exageraciones ni de sus mentiras.

El mayor de los bocazas españoles es José María Aznar , que además puede serlo en catalán, eso sí, en la intimidad, y en inglés con acento de Texas. Las barbaridades que dice Aznar son de antología y, en ocasiones, tan antipatrióticas que dan risa. No menores barbaridades suele decir Jaime Mayor Oreja , campeón de los dislates y de las necedades. Pero Aznar y Oreja son bocazas íntegros y eso les confiere una autoridad en el descomedimiento que otros colegas suyos no tienen. Porque lo que no soporto de un bocazas es que se desdiga cuando se le aprietan las clavijas.

Dos bocazas de campeonato, Francisco Alvarez Cascos y Miguel Angel Rodríguez , acaban de dar muestras de su falta de coraje en el ejercicio de la temeridad. El primero había dicho públicamente que una "camarilla de la policía judicial" falsificó pruebas del caso Gürtel . El segundo llamó nazi al doctor Montes en diversos programas de televisión. Hasta aquí, todo bien y muy en la línea de lo que ambos son, unos bocazas. Pero el problema es que cuando han sido denunciados e imputados, han intentado echar balones fuera ante el juez, diciendo el primero que no se refería a nadie y que no quería decir eso, y, el segundo, que lo que pretendía era calentar las tertulias en las que participa.

El buen bocazas solo tiene dos opciones cuando se ve entre la espada de su desmesura y la pared de la denuncia de su víctima: o mantener lo dicho y convertirse en un bocazas de verdad, como Aznar y Oreja, o pedir perdón a la víctima y volver al club de las personas educadas. Pero balbucear excusas ante un juez para evitar la condena es la indignidad final del bocazas aficionado, la cobardía. En esto, lo siento, prefiero a los bocazas profesionales, los que practican hasta el final el sostenella y no enmendalla.