Una de las películas del año, 'Brooklyn', cuenta la elegante y delicada historia de una joven irlandesa que debe emigrar a Nueva York a principios de los años cincuenta. El drama de la partida, de dejar atrás cuanto se tiene y el empezar de nuevo se rehabilita con el trabajo, los estudios y el amor que le ayudan a encontrar una felicidad que desconocía. Su vuelta a Irlanda, temporal, genera una atmósfera de presión constante para que se quede. Y uno de esos seres perversos que hay en todas partes, que se alimentan de maquinar, manipular, tergiversar, difamar, criticar y repartir el mal, moralmente reprobables y socialmente despreciables, intenta destrozar su vida. En ese momento, la protagonista recuerda: "Olvidé cómo era este pueblo".

En medio de gente normal que quiere trabajar, divertirse, formar una familia, educar a sus hijos o disfrutar un fin de semana, encontramos a personas que no sienten más que su propio latido, que los demás solo les importan para lograr sus fines, no siempre confesables, que se refugian en un supuesto ateísmo para ocultar la existencia del mal que les define, que la moralidad la confunden con religión, la tradición con servidumbre y la ética con ideología. En medio de gente que quiere encontrar trabajo, lo mejor para su familia, una vivienda digna, una vida aún más digna, surgen los especuladores de las emociones, los manipuladores de los estados de ánimo y los mercaderes que solo ofrecen miseria como oro. Con su sonrisa, su discurso, sin perder la compostura, te están diciendo, simplemente, que van a destrozar tu vida porque es lo único que les da placer. Y no es cosa de políticos, no, tiene que ver con la condición humana. Hay gente que desea construir, apoyar, ayudar, contribuir, sumar y hay gente que solo tiene como objetivo en la vida destruir, frenar, ensuciar y dividir. Las redes sociales no han contribuido al debate, a la exposición e intercambio de ideas, a la convivencia puesto que, en algunos casos, se han convertido en el vertedero donde acaban las deposiciones más ruines de los cobardes. Nadie está libre de pecado pero son demasiados los que quieren tirar la primera piedra.

Lo curioso del caso es que en otra casa de Brooklyn, dos adorables viejecitas guardan en su sótano más de una docena de cadáveres. Esto es de Arsénico por compasión, de 1944, y, aunque es una comedia, sirve para ver cómo las apariencias engañan y que, algunos, por muy adorables que son, con su amabilidad y su discurso no intentan más que esconder al muerto que llevan dentro.