TEtl tabaco puede que acabe matándome, pero entretanto me procuró hace poco una agradable charla. Había pasado un mal día. Ningún problema especial, pero una cierta angustia, y la sensación de que algo no marchaba bien, me habían acompañado durante toda la jornada. Al final, antes de marchar a casa, entré en un bar a comprar tabaco y, de paso, tomar una caña para relajarme. Allí estaba, con un familiar, Enrique García Calderón , compañero periodista ya jubilado. Con ellos tomé la copa y entablamos una entrañable conversación, perlada de recuerdos de personajes y viejas anécdotas. Hablamos de la radio, de los pocos que ya quedamos de aquellos años en que visitaba los estudios. Poco, muy pocos. Hablamos de los ruidosos teletipos y las máquinas de escribir que tronaban en las redacciones, de las crónicas telefónicas de los corresponsales y de profesionales ya desaparecidos, maestros articulistas a la antigua usanza.

Julio Luengo, Rabanal, Narciso Puig, Rodríguez Arias , hasta de mi padre hablamos recordando que una noche, ya medio dormido por la larga jornada, confundió un parto con un Tedeum. Como resultado de la mezcla la mujer del gobernador civil acabó dando a luz con toda solemnidad.

Me contaba Enrique que lo tiene todo recogido; un anecdotario sobre las relaciones personales y la forma de trabajar de otra época, pero que no lo piensa publicar --tampoco los cuentos que escribe y guarda-- hasta que también él haya desaparecido, como las personas y los tiempos de los que habla.

No le pregunté el motivo de esta vocación póstuma. Tendré que animarlo para que dé a conocer lo escrito, no vaya a ser que resulte longevo y, al final, me quede yo sin leerlo y disfrutarlo.

La angustia y la desazón habían desaparecido cuando llegué a casa.

Qué buen rato había pasado. Y todo por un paquete de tabaco.