Arqueólogo

Esos escándalos que se organizan en Badajoz a propósito de la aparición de restos, promovidos a veces por ciertos listos, carentes el mínimo conocimiento, deben evitarse a toda costa. Alarman y no llevan a ninguna parte. La ciudadanía, muy escamada ya, reclama y vigila; pero de ahí a que cualquiera pontifique y determine la importancia de un hallazgo sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, hay un abismo. Los técnicos están para lo que están y es a ellos a quienes cabe la penúltima palabra. La última es de los políticos y que las urnas se lo demanden si se equivocan.

Se han dado casos bufos. Uno, que conozco bien, es el de la plaza de toros vieja, polémicas de uso aparte. Iba a haber, en cualquier caso, seguimiento arqueológico --bueno es que la Administración dé ejemplo--, pero cundió el temor de encontrar una necrópolis como la aparecida poco antes en el baluarte de Santiago. Algún listo con responsabilidades administrativas advirtió de esa posibilidad y puso nerviosos a los responsables. Era una balandronada.

Hacía unos años que yo mismo había hecho una pequeña investigación en las cercanías y ya se sabía --y está publicado-- que esa zona había sido un espacio industrial en el Badajoz medieval y moderno. De cementerio, nada.

Inmediatamente se desató el furor de esa especie tan abundante aquí: la de los sabelotodo, con más tiempo y, quizás, buena voluntad que preparación, y ya tuvimos organizado el lío.

Pues bien, allí no apareció ni un hueso: ni antiguo ni moderno. Lo que afloró se excavó, se estudió, se documentó y no hubo nada. Y no tuvimos el menor problema de funcionamiento. Ahí están las empresas constructoras para certificarlo. Fue una actuación bien preparada y un ejemplo a seguir. Ni la ignorancia, por oficio o beneficio, ni la contienda política, deben empañar esa circunstancia. Luego cada uno puede pensar si se debía o no haber construido aquello allí. Eso no es un problema arqueológico.