TItndependientemente de las leyendas urbanas que circulan en torno a la burundanga, diremos, para entendernos y de forma sucinta, que se trata de una droga, normalmente escopolamina, que anula la voluntad, provoca adormecimiento (o sopor) y una total pérdida de memoria cuando pasan sus efectos. Efectos que, por otra parte, aumentan cuando se mezcla con el alcohol. Los teóricos de la investigación en comunicación de masas de mediados del siglo pasado ya se fijaron en una de las principales funciones de los medios: narcotizar a la audiencia. No sé por qué relaciono en estos días la burundanga, los bares siempre llenos y el consumo televisivo. Vivimos en un país donde da igual lo que pase mientras no nos pase a nosotros. Un país donde, dirigidos por el gran timonel, seríamos capaces, incluso, de aceptar el partido único, la demonización del adversario y la presencia vitalicia en el poder mientras las cosas marcharan relativamente bien. El franquismo inoculó ese veneno. Las dictaduras sólo son represivas para quienes se destacan en la protesta, que son la minoría, mientras que la mayoría vive, sobrevive o malvive y no quiere problemas.

En tiempos de crisis, los bares no cierran. Los fines de semana, cualquier pub, donde las copas son a cuatro, cinco, seis o más euros, está hasta arriba. No sabemos a ciencia cierta qué busca el personal; música, compañía, alcohol o todo al mismo tiempo. La televisión, tampoco cierra. Somos narcotizados con programas de jijijaja, cotilleo a granel y sucesos con todo tipo de detalles. Nadie cuenta nada sobre los cuatro millones de parados, el asqueroso nacionalismo que cuando no es violento nos violenta con sus maneras o las contradicciones de quienes coquetean con terrorismos patrios o lejanos o justifican dictaduras por el color de su ideología.

Es el discurso de la burundanga. Aburrirnos hasta la extenuación, adormecernos con mensajes triviales, manipulados y tamizados. La cultura del entretenimiento como alucinógeno. Trasladarnos a ese mundo feliz donde los que gobiernan piensan por nosotros. Sociedad narcotizada la nuestra donde incluso una ministra puede decir lo siguiente: "Si la borrasca cambió de una forma impredecible, no lo pueden predecir, pero si no lo predicen los que lo tienen que predecir, cómo piensan ustedes que lo van a predecir aquellos que esperamos la predicción". ¿El colmo de la estupidez o elogio a la inteligencia?