La inminencia de agosto descubre una locura colectiva por echar cuentas, elegir destino y hacer maletas. Entre los que se les ha echado el tiempo encima y los que desde siempre lo tuvieron claro, circulan los que afrontan otro verano en el dique seco, entendiéndose como tal la perfecta metáfora que sitúa al común, o sea, a la mayoría, en la inanición a todos los efectos. Ni vacaciones, ni playa, ni piscina, ni montaña, ni río, ni pantano, ni fiestas populares, ni cenas marisqueras, ni chiringuitos sardineros, ni gintonis de madrugada, ni tertulias encendidas o calmadas, ni excursiones, ni canción del verano, ni locos fines de semana, ni amores eternos recién principiados, ni dúo dinámico, ni fuego de campamento, ni monsergas ni mandangas. Y por supuesto, ni biquinis de cuerda. Badajoz a principios de mes ya vive su particular ferragosto. A devorar carreteras, éxodo a las playas, todo el mundo de fiesta y, al otro lado, los que se quedan. Una especie, entre melancólica y decadente, que va ganando adeptos, aunque con debilidades. Por ejemplo: los biquinis de cuerda. Y el aeropuerto. Y el caliqueño.

Lo primero, está claro: espectáculo bajo el sol y sobre la arena. Añades un poco de imaginación, porque aquí el realismo es pura ficción, y el verano está hecho. El aeropuerto es la maleta para semana o diez días, el viaje en avión de no menos de seis horas, alguna espera en una terminal y, claro, sueños, muchos sueños cumplidos, en la gatera. Y el caliqueño, como ejemplo del buen vivir, que la sabiduría valenciana es universal y cuando habla de estos artesanales cigarros puros que por allí se reparten en fiestas apunta hermosuras de este cariz: "Tenéis forma de trompeta y la dulzura de la miel", "Caliqueños de la tierra, sois rosquilletas del cielo" o "Fúmate un buen caliqueño después del buen almorzar". Sin embargo, aquí hay algo que no cuadra o cuadra demasiado bien. En el capítulo 9 de la temporada 8 de la serie televisiva Doctor House, Wilson le dice que cerca del 1% de la población es asexual a lo que el protagonista le contesta: "¡Qué falta te hace echar un caliqueño!". ¿Habla de puros? Obsérvese que dice "echar" pero no "fumar".

Pues eso, como no está el verano para añadir más zozobra intelectual a nuestras exiguas meninges, el cuerpo pide biquinis de cuerda, aeropuerto y caliqueño. Y lo mejor --o lo peor, que nunca se sabe-- es que algunos no fumamos.