Hace unos días escuché decir a un arquitecto extremeño que había trabajado en Canadá que allí era impensable construir un colegio sin calefacción. Y se preguntaba cómo en Extremadura, donde se registran las temperaturas más altas del país, ningún centro educativo cuente con algún sistema de aire acondicionado y lo que es peor, la mayoría se hayan construido sin pensar en nuestro clima: colegios mal orientados, sin ningún tipo de aislamiento o ni tan siquiera «cinturones verdes» para templar el clima, tanto en verano como en invierno. Es cierto que el calendario escolar está diseñado para que en verano los escolares no vayan a clase. Pero llevamos ya varios años que ese ciclo de temperaturas está cambiando y los niños están pasando mucho calor en las aulas.

La Consejería de Educación ha permitido la reducción de la jornada escolar, previó acuerdo de los centros para que en las horas de más calor los alumnos no estén en clase. Y hasta la Coordinadora de Estudiantes ha movilizado a los cursos de Bachillerato para que abandonen las aulas.

Pero no parece lo más indicado que dependiendo de la decisión de un centro o de los propios chavales, unos sigan dado clase y otros estén en sus casas desde las doce del mediodía. Ni tampoco entiendo cómo aún no se ha producido una reunión de los órganos donde esté representada la comunidad educativa para tratar específicamente este asunto.

Todos imaginamos el importante gasto que supondría adquirir equipos de aire acondicionado o ventiladores para todos los colegios; o acometer obras. Pero hay que comenzar a dar los pasos de manera coordinada y desde el consenso para solucionar a medio y largo plazo un problema al que nadie supo anticiparse. E, incluso, por qué no, adaptar si fuera necesario el calendario escolar. Claro, que entonces habría que tocar los puentes, y eso sí que sería un drama.