Sobrecoge, desde Marraqués, la distancia que hay hasta la frontera del Tajo, hasta Toledo, la primera gran ciudad no islámica de al-Andalus. Lo que debía suponer, entre los siglos XII y XIII, un imperio gigantesco como el almohade, con los medios del momento. ¿A qué velocidad se movían las órdenes desde que salían de la cancillería califal hasta que llegaban a la mano del gobernador de Batalyaws, por poner un ejemplo? Y no digamos si de lo que se trataba era de organizar una campaña y mover un ejército, formado en su mayor parte no por unidades regulares sino por contingentes llegados desde los más recónditos rincones. ¿Cuánto tiempo se necesitaba para poner en marcha una maquinaria de esas dimensiones? ¿De congregarse al sur del Estrecho y de hacerla pasar a la otra orilla? Para eso se edificó Rabat, para servir de punto de concentración antes de embarcar a las tropas hacia la Península. Los almohades eran, aunque no se mencione mucho, una gran potencia naval.

Aquellas multitudes armadas debían ser como la langosta. Sin intendencia establecida resultaban tan perniciosas para la población «amiga» de los lugares de paso, como para el enemigo. A veces más. De aquí la política de edificación de albacares en las fortalezas ya existentes. En su segunda época el Arrabal Oriental de Batalyaws fue un albacar y se reamuralló, al menos en parte. También los de Cáceres y de Trujillo.

Y, finalizada una campaña, con el resultado que fuese, ¿cómo se repatriaba a los combatientes?, o ¿se quedaban convertidos en merodeadores por las zonas fronterizas, sin policía alguna que los controlara? Las campañas debían ser muy distintas a como nos las cuentan las crónicas. ¿Se sentían protegidos los habitantes de la región con las periódicas llegadas de columnas almohades de socorro? ¿Eran mejores o peores las tropas africanas que las leonesas, portuguesas o castellanas para la población local? ¿Extrañará que los silos donde se guardaban las cosechas familiares se ocultaran lejos y fuera de las casas? Eso que para nosotros es solo un dato arqueológico, a falta de otra información, podía suponer la vida o la muerte, por inanición, para familias enteras.