Cuando era niña recibí más de un palmetazo y un tirón de la coleta por parte de mis profesores del colegio. Dependiendo del maestro el castigo era diferente, unos te pegaban el chicle en el pelo si te pillaban con la goma de mascar en clase, otros te daban ´capones´ en la cabeza y alguno te impedía ir al servicio si no era la hora, obligando a más de uno a mearse encima. Esto ocurría de forma generalizada, ante el silencio de los padres. Era algo normal, aunque injustificado. Hoy dio la vuelta la tortilla y son los alumnos los que castigan a sus maestros haciéndoles en muchos casos la vida imposible. La única diferencia es que ahora, afortunadamente, esto se denuncia y el colectivo es defendido por Administración y sindicatos.

Ir de un extremo a otro cometiendo errores es algo muy frecuente en nuestra sociedad, lo que no es frecuente es la autocrítica y la reflexión, porque ni todos los escolares son violentos, ni la mayoría de los padres despreocupados, ni la generalidad de los maestros unos funcionarios sin vocación que sólo miran el salario y el horario. La solución no llegará culpándose unos a otros, sino desde la unidad y el entendimiento. Por el bien de todos, especialmente de los niños.