Según el diccionario, el carcamal es la persona anticuada, vieja y achacosa. Supongo que la calificación podría alcanzar más allá de las personas. Por ejemplo, al Carnaval de Badajoz. En un país donde todo el mundo habla de fútbol y apenas el cinco por ciento de la población ha practicado este deporte, bien jugándolo, entrenando o arbitrando, no parece descabellado que se pueda opinar sobre una fiesta aunque no se participe directamente en ella. Lo digo porque murgueros y comparseros hay que creen ser los únicos autorizados para hablar de la fiesta cuando imagino que hablarán de fútbol y no consentirían que ninguno tratara de silenciarlo.

El Carnaval de Badajoz no está pasando por sus mejores momentos, que los tuvo y, diría que, incluso, gloriosos. Aquel bendito desenfreno de finales de los ochenta que se encontró con un descontrolado y divertido gentío de los primeros años noventa, ha desembocado en una etapa que ni fu ni fa, una etapa donde conviven los que huyen despavoridos de la ciudad con los que no acaban de venir por mucha promoción que se haga. Una etapa donde murgas y comparsas de siempre han ido desapareciendo, principalmente, porque la edad no perdona, y la renovación de la fiesta no ha pasado por la catarsis adecuada. Promocionar el Carnaval es costoso y los expertos en turismo nos repiten que no es precisamente la fiesta más atrayente para los visitantes. Cualquiera de ellos que se acercara a los Carnavales de Badajoz se encontraría con un concurso de murgas al que no podría asistir porque ya no quedan entradas, con un sábado de día prácticamente muerto para la fiesta y donde no se ve a casi nadie disfrazado, un sábado atardeciendo con comparsas yéndose a desfilar fuera, una noche fuerte de sábado donde, desgraciadamente, lo más destacable es el inmenso botellón de San Atón, un desfile, el domingo, a una hora donde los de fuera ya están en carretera y de vuelta a sus casas porque para ellos no hay puente, un lunes de consumo interno y un martes, como poco, raro.

El Carnaval de Badajoz se ha quedado anticuado porque no se han renovado desde dentro. Viejo, porque no ha sumado perspectivas más acordes con los tiempos y un programa más dinámico. Y está achacoso porque todo el mundo acierta en el diagnóstico pero nadie sabe cómo empezar a curarlo.