El carnaval aparece en lontananza. La fiesta de los mil disfraces y la ausencia de máscaras. El ruido de tambores y la coreografía de plumas y lentejuelas. La cantinela murguera y el hórrido ceremonial. Carnaval delusivo, reminiscencias sin control, surrealismo extremo, más que en los disfraces, más que en las letras, más, incluso, que en las propuestas, en las secuelas. Carnaval delicuescente, insumiso, tarjetero, aspirante a sicalíptico, oxímoron sin remedio. Llega el Carnaval, una fiesta con vocación de rapsodia que, después de treinta años en su etapa moderna, se ha quedado en un inquietante solecismo donde la deconstrucción es religión por mor del desconocimiento y no de la creatividad. Abandonado al ditirambo, el carnaval, a veces coñón, a veces guizque, coñacea sin rumbo, perpetra sin remedio, esquila a contrapié y encona por fútil.

Toda esta remilgada prosopopeya, el provecto galimatías y la carpetovetónica propuesta literaria para intentar demostrar que la fiesta da más de sí que las propias palabras. Y han de inventarse algunas: carnalepsia, para describir esa posesión que de la fiesta parecen algunos disfrutar sin darse cuenta de que pueden estar en los umbrales de una rara enfermedad que empieza por la pérdida del sentido de la realidad; carnavasilisco, definiendo al fabuloso y legendario animal, puede que ahora con máscara y disfraz, en un pasodoble o en una rumba, con licencia para matar con sólo mirar; carnacloco, derivado de aquel zorrocloco sin piedad que finge afecto pero que hiere en el corazón con capacidad mortal.

No obstante, la preferida es carnavalismo, esa sensación que hay en carnaval y que manifiesta casi todo el mundo de manera sutil y fecunda consistente en devorarse unos a otros, bien sea por acción u omisión, por defecto o por exceso, por delante o por detrás. Murgas que se denuncian, comparsas que se envanecen, comentaristas de una realidad de la que necesitan ser protagonistas, pedestales que se erigen a placer, normas que transgreden los mismos que las aprobaron, espíritu carnavalero que se intoxica de un veneno que afecta principalmente a la capacidad de discernir, razón que se patea, vecinos que se largan, ciudadanos que se quedan para largar, canibalismo en estado puro. Y mientras que la carrera no sea de todos y en la misma dirección, es imposible ganar.