Hoy es el mejor día del año pero también el más triste. El mejor porque desde pequeños aguardamos la ilusión por la llegada de los Reyes Magos. No importa la edad que uno tenga o los años que pasen, los hijos, los nietos, los demás, uno mismo, siempre hay algo o alguien que nos recuerda la magia de un día y una noche especial. Y triste, porque la magia no a todos llega, porque no a todos nos iguala, porque se acaba. Pero, mientras dura, creemos en el milagro, le abrimos las puertas de par en par de nuestras casas y nuestra alma al oro, el incienso y la mirra que simbolizan la sorpresa, lo inesperado, la ilusión, la sonrisa y la luz.

Habrá quienes no crean, aquellos que deseen destruir el mito, los que intenten convertir la magia en truco, muchos que olvidaron que ser niño también era esto y que ser adulto es no perder jamás al niño que llevamos dentro. No recordarán el camión azul, la Nancy, el juguete completo juguete comansi, el balón de reglamento, los juegos reunidos, la bicicleta, el salón de belleza de la señorita Pepis, el cine exin, la corbata, la colonia, el jersey, los guantes, la equipación de fútbol, el lego o los play mobil. Si no recuerdas eso, si no recuerdas el brillo de tus ojos frente a un Rey Mago, la tensión por escribir la carta, la emoción por esperarlos, la noche eterna mientras se hacía de día, poner los zapatos junto a la ventana o la copa de anís vacía, si no recuerdas qué se siente al abrir un regalo, es que no has vivido.

Como sigo creyendo en ellos, como ya vienen los Reyes Magos, yo también he escrito mi carta y en ella he pedido salud para mí y los míos, para todos los que quiero y me quieren, para quienes hacen que cada día mi trabajo, mi ocio y mi entorno sea una zona de confort donde uno desea vivir para siempre. Con ellos, por supuesto. Que no les falte ni me falten. Y después de la salud, trabajo para los que no tienen, algún que otro sueño cumplido, pasión por seguir haciendo cosas y luces al final del camino. Para lo demás, que no gobiernen los que perdieron, que las mayorías también tengan razón, que el diálogo no sea imposición, que los comedores sociales y la renta básica pasen a ser un triste y superado recuerdo, que los niños no caigan enfermos, que los jóvenes no se dejen engañar por discursos obsoletos, que los viejos sean considerados nuevos, que los hombres solo toquen a las mujeres para darles besos, que los malos no salgan de su agujero y que indultemos, sin miedo, todo aquello que nos hace más cuando los agoreros dicen menos.