TMte ha pillado el toro y se me ha subido el vino. Tenía pensado escribir sobre otro asunto, el del tabaco, pero será otro día. Ahora, mientras tecleo contra reloj, sin haber pretendido faltarles al respeto por la premura con la que escribo --ha sido cosa de la vida, que no siempre nos permite cumplir con la agenda previamente establecida-- tengo aún en el paladar y en las encías el sabor del vino y los alimentos que acabo de degustar. Ha sido un aprendizaje, un tiempo para catar y conocer, unos momentos para preguntar y oír a los expertos. Un aula para enseñarnos el arte de la degustación y para que aprendamos el maridaje entre la gastronomía y el vino. Y de ahí vengo. De intentar captar el ABC de los sentidos. No es el momento de dilucidar si he conseguido distinguir los aromas, si he comprendido bien, pero sí es tiempo para decirles que he disfrutado y, junto a conversaciones sobre caldos, uvas y tierra, he conocido otras historias, como la de José , que con raíces astures, tuvo crianza en Larache, tierra de Marruecos donde su abuelo emigró y puso en marcha una explotación tomatera, y que ahora él, José, cultiva en las Vegas Bajas, muy cerca de esta ciudad, después de que el gobierno alauita expropiara las tierras a la familia. Estudió ingeniería agraria y sacó un master en California y volvió a territorio de España, encontrando en Extremadura el suelo y el clima propicio para vivir de lo que había mamado y aprendido.

Sorprendida salí de la cata, maridaje del vino con la gastronomía. Sorprendida de que, al final, sepa más de tomate que del fruto de la uva.

Quizás lo que pasa es que soy de por aquí, de estos pocos kilómetros que me rodean, donde los tomates al catarlos me entran muy adentro, haciéndome sentir el calor de la tierra.

Se me ha subido el vino y así tecleo. Pensando en José, que al pairo de la charla general, me habla de la intensidad y del poder del sol.