Por motivos universitarios viajo con frecuencia a Burgos. Aparte de las causas que me llevan allí, tengo dos visitas obligadas: el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas y la extraordinaria catedral de la que fue cabeza de Castilla. No voy a recomendar su visita, va de suyo y merece más la pena que Disneyland París.

En Burgos y desde hace unos años se han tomado en serio lo de su patrimonio y lo del turismo, muy crecido por mor del Camino de Santiago. Lo primero merece consideración aparte y, salvando las distancias, es un ejemplo para Badajoz. Aceptando, de entrada, que allí hay buenas comunicaciones -no como aquí- y que existe una muy clara conciencia de lo que son y no ese cansino complejo de inferioridad tan evidente en nuestra ciudad. Visitar la catedral de Burgos es un placer, por lo cuidada que está. Da gusto ver cómo las instituciones bancarias han patrocinado su restauración por partes, lo que dice mucho de la capacidad negociadora de todos los implicados. Y, por encima de todo, el modo sencillo y pedagógico de facilitar y organizar la visita, sin molestar ni entorpecer las actividades propias. Sin guía y mediante el pago de una entrada que, por una vez, está más que justificada. Pequeños carteles describen cada sepulcro, pintura o escultura y otros, más grandes y móviles, señalan las partes principales. No hay, como es frecuente aquí, más logotipos que información. Ni perjudican a la contemplación de cada obra notable, que no son pocas. Para quien quiera saber más, se entregan unos pequeños audífonos gratuitos. Los espacios reservados al culto están perfectamente acotados. ¿Podría hacerse lo mismo en nuestra catedral? ¿Acabarán alguna vez las interminables restauraciones de las cubiertas que, al poco de terminarse, vuelven a permitir la filtración de agua, bien visible en los grandes manchones de la fachada? Hay que cambiar el modelo de gestión. Se trata de que los ciudadanos aprendan disfrutando. No solo de contabilizar turistas. ¿De qué sirve visitar sin entender? La Noche en Blanco no es un éxito por juntar gente. Es un triunfo si provoca la curiosidad cultural y enriquece. No si es un pretexto, otro, para celebrar un botellón más. Para adultos.