Tengo la sensación y me gustaría no equivocarme, pero creo que lo peor ha pasado ya en la grave crisis de Estado que han provocado los independentistas catalanes y que tanto nos ha preocupado a todos en cualquier rincón de nuestro país.

Ni mucho menos quiero decir que haya terminado el problema que existe en Cataluña, después de que algunos de sus líderes políticos hayan traspasado todas las líneas rojas de la democracia; ni en el resto de España, con los pasos que habrá que dar de aquí en adelante.

Deben seguir actuando los mecanismos de nuestro Estado de derecho. Nos gusten más o menos. Y tendrán que pagar judicialmente los verdaderos culpables. Y sino, que le pregunten a ese vecino de Talayuela que se enfrenta a una sanción de hasta 600€ por «falta de respecto» tras criticar a la policía en Facebook por las cargas policiales del 1-O. Tiene collons.

Y tendremos que cuidarnos mucho en regiones como la nuestra de no salir perjudicados en pro de una futura «paz». Extremadura sí que tendría motivos para independizarse y pedir asilo en Portugal. El problema es que los gobiernos centrales ni se darían cuenta que los extremeños nos hubiéramos ido. Es así de triste. Pero ironías aparte, virgencita que me quede como estoy. Aplaudo la rapidez con que esta misma semana el PSOE y el PP en Extremadura han dicho públicamente que el principio de solidaridad que recoge nuestra Constitución es intocable.

Y queda también, como quiso decir Borrel: la reconciliación. Entre los propios catalanes. Y la del resto de españoles con ellos y Cataluña. Han sido muchos años de mirar con recelo hacia el noroeste de nuestro país. El ex ministro socialista terminaba su magnífico discurso animando a todos a brindar con cava catalán. Será la frontera más importante que habrá que borrar.