Le ha tocado el peor ministerio en el peor momento --él lo ha dicho-- y ni así ha perdido la sonrisa y las buenas formas. El marrón que ha vivido durante estos dos años Celestino Corbacho es de aúpa, pero su lealtad a sus ideas y al presidente del Gobierno y su disciplina dentro de su partido, el PSOE, hacen que deje el ministerio para afrontar, a sus años y con todo lo vivido, un nuevo reto electoral, él que ganó cuatro veces la alcaldía de Hospitalet de Llobregat por mayoría absoluta, que hizo progresar a esta ciudad como nunca lo había hecho antes, y que fue uno de los mejores presidentes que ha tenido la Diputación de Barcelona, un cargo que, siendo mucho más importante, dejó por el de ministro de Trabajo, por lo mismo, por lealtad, por coherencia y por disciplina.

Celestino nació en ese pueblo de emprendedores y gente talentosa que es Valverde de Leganés, donde he tenido la suerte de vivir algunos años y del que conservo tan gratos recuerdos y tantos amigos y amigas. Un pueblo que tiene en sus genes la capacidad de crear iniciativas, de superar problemas y de encarar dificultades, y donde el trabajo no falta, porque sus ciudadanos, si no lo tienen, o si lo pierden, se lo buscan o se lo montan ellos mismos. A uno de sus hijos, Celestino Corbacho, recurre ahora el presidente del Gobierno para dar solidez a la candidatura socialista en Cataluña. La reacción del ilustre valverdeño es ejemplar, como lo ha sido también la de la ministra Trinidad Jiménez , que lleva con tanto éxito el Ministerio de Sanidad y que, sin embargo, siguiendo el interés de su partido, optó a la candidatura socialista para la Comunidad de Madrid --que perdió en buena ley--, acatando el paso de una realidad importante, su ministerio, a una posibilidad difícil, la presidencia del gobierno madrileño.

Cuando mujeres y hombres públicos de diferente signo, incluyendo algunos que fueron socialistas, abandonan sus siglas una vez que pierden los cargos --nunca he visto a ninguno que lo haga estando en el poder--, para pasarse a otros partidos o crear nuevas formaciones, de escasísimo eco, por otra parte, porque la gente no es tonta, políticos de la talla de Celestino Corbacho y de Trinidad Jiménez, aceptando con lealtad y disciplina decisiones que representan pasar de lo logrado a lo improbable, de la comodidad a la aventura, son un ejemplo de honradez. Por suerte, hay muchos políticos así.