TLtas prohibiciones suelen tener el efecto contrario al deseado. Somos como niños. Nos gusta lo prohibido. Y más si la prohibición no está bien argumentada. Yo misma no recuerdo una semana en la que haya fumado tanto.

Incluso algunos amigos que se hicieron un año más el propósito de dejar de fumar, han recaído antes de lo habitual, por hacer causa común con los perseguidos y derrotados fumadores. Los no fumadores han ganado la batalla al humo. Y probablemente sea justo. La persona que no fuma no tiene por qué inhalar el humo de otros. Pero el fumador tampoco merece ser casi repudiado y expulsado de bares y restaurantes.

Debió prevalecer la educación y el respeto a la libertad individual de cada uno, antes que la prohibición.

Pero a lo hecho pecho. La polémica está servida y algunos se están encargando de azuzarla. Fumadores contra no fumadores. Vencidos y vencedores. Denunciantes y denunciados. Los ánimos están demasiado crispados. Heridos, denuncias y hasta un detenido. Probablemente no era el mejor momento para aprobar la modificación de la ley. O sí. No se habla de otra cosa. Ni el paro, ni la crisis, ni la subida de luz, ni tan siquiera la sucesión de Zapatero consiguieron atraer tanto la atención de los ciudadanos como la prohibición de fumar. Era de esperar. España es el tercer país de la Unión Europea con mayor número de fumadores. Algunos fumadores aseguran que se vengarán en las urnas.

Y en medio de este cacao, el empresario de hostelería se lleva la peor parte. Tienen que cumplir y hacer que se cumpla la ley. ¿Alguien se imagina este fin de semana al dueño de una discoteca llamándole la atención a un cliente por encenderse un cigarro? La situación puede ser complicada a altas horas de la madrugada. Deberíamos respetar una decisión que también ha sido impuesta a los empresarios, que estos días se afanan cambiando ceniceros por estufas.