TCtuando todo se hunde solo queda la chatarra. Pero este hundimiento no es como el del Titanic, en el que también perecieron los pasajeros de primera. En esta catástrofe que afecta a tantos millones de personas en el sur de Europa --del Tercer Mundo no hablo, porque ahí la hecatombe es permanente-- se están salvando los ricos y los poderosos, es decir, los de siempre. Es más, los ricos se están haciendo mucho más ricos con la desgracia de los demás. El hundimiento rinde pingües beneficios a los tiburones y a las hienas de esta sociedad. Ellos se quedan con el sucio oro del desmantelamiento general (privatizaciones, bancos regalados, negocios bajo cuerda, tráfico de influencias, comisiones corruptas, desahucios criminales, engaños a los ahorradores) y solo dejan a la muchedumbre famélica que pulula por el fondo del abismo la chatarra menor que produce la sistemática demolición del Estado del Bienestar y del Estado de Derecho.

Legiones de hambrientos recorren las ciudades revolviendo las basuras en busca de chatarra. ¿Quién no los ha visto? Empujan, con gesto agotado, carritos en los que van depositando, en larguísimas jornadas de diez o doce horas y muchos kilómetros de caminata, los cuatro residuos metálicos, la poca chatarra que va quedando, porque hasta eso escasea ya. Son tantos los desheredados que participan en tan desesperada rebusca, que hay que levantarse a las cuatro de la madrugada si se quiere encontrar algo en las calles. Y, claro, los que vienen después ya no hallan nada. Acabo de ser testigo de la siguiente escena en mi taller mecánico: un hombre joven con cara de honrado y aspecto dignísimo, empujando un carrito metálico vacío, se detuvo en la puerta a mediodía y preguntó si no tendrían "un poquito de chatarrilla". Mi amigo Pedro, estupendo mecánico, le respondió con pena que no y comentó que son malos tiempos. El hombre respondió, "dígamelo a mí. Salí esta mañana a las ocho, he recorrido kilómetros y miren lo que he conseguido". En su carro vacío se veían únicamente las varillas desnudas de un paraguas, como el esqueleto de un pescado que se hubiera comido otro. Es un retrato de esta España donde los verdaderos beneficiarios de la chatarra que produce la concienzuda demolición que están llevando a cabo, son, incluida su nieta Carmen, los herederos de Franco, que son los que nos gobiernan.