TDte algo hay que vivir. Existen empresas que se dedican a preguntar cosas para publicar estudios sin sentido. Este verano nos llegaba una nueva entrega sobre la felicidad. Me provocó un quebradero de cabeza porque tuve que explicar las razones por las que los extremeños, junto a canarios y murcianos, éramos los que presentábamos los niveles de felicidad más altos. Pensé y pensé. No era motivo para ser felices el tener la renta per cápita más baja; tampoco el disfrutar de las más elevadas tasas de paro, ni liderar el ranking nacional de los sueldos más bajos. No encontraba razones para esa felicidad regional que ponía de manifiesto el estudio.

Cuéntanos --me decían-- por qué sois felices los extremeños. ¿Somos felices?, me afanaba en preguntar a cuantos me encontraba. Cejas alzadas, morros fruncidos y hombros subidos. Esa era la respuesta que recibía, reflejo de mi propia perplejidad. Así iba yo, alzada, fruncida y subida mientras seguía pensando qué contar sobre la felicidad que nos embargaba. No un poco, no razonablemente, sino mucho, tanto como para ser de los más felices de España ¡A quién habrían preguntado para hacer el estudio! Sus encuestados y los míos pertenecían a mundos diferentes, a universos paralelos de disparejas realidades.

Decidí no quebrarme más la cabeza y lanzarme directamente contra la empresa autora de tamaña estupidez. Contarles que a este lado del espejo no caminamos precisamente por senderos alfombrados de flores, cantando alegremente mientras brincamos con nuestros zapatitos rojos.

De algo hay que vivir y ellos viven de eso. De hacer estudios tontos y sin sentido, sin el menor rigor, con los que nos inundan los correos y encuentran acomodo en los más distintos formatos y espacios de la comunicación.

Ni más ni menos felices. Sobrellevamos como podemos las dificultades. Mucha gente se las ingenia para salir adelante, como ellos, los del estudio, que de algo hay que vivir.