TTtengo un amigo en Badajoz que, por cuestiones laborales, tiene mucho contacto con los habitantes de las pequeñas poblaciones. Interesantes me han parecido sus reflexiones. Me cuenta que en los pueblos el tema de lo que ocurrió en la guerra sigue latente como cenizas de los braseros de picón mal apagados.

En su contacto con los jóvenes ha podido comprobar como, por ejemplo, un chico no puede entrar en casa de su novia porque aún vive en ella un familiar mayor que, aunque asume esa relación, tiene presente que un miembro de la familia del joven le hizo daño a los suyos. Las cosas no pasan de ahí porque esta herida, como se hace con otros asuntos de carácter íntimo, ha ido curándose en el seno de las familias, en casa, demostrando una gran sabiduría, pero --continúa la reflexión de mi amigo-- la cicatriz aún es reciente, y piensa que es insensato insistir tanto, por un lado en la bandera y por otro en la memoria histórica de un episodio que, en muchas ocasiones, en los pequeños pueblos, está en un tente, tente . Es posible, continúa, que desde la ciudad y desde las instituciones, el asunto se vea con la perspectiva de la historia, pero en esos pueblos permanece aún vivo aunque contenido y dice que, tanto a los que mueven los hilos de la política como, muchas veces, a los medios de comunicación, les falta sentido común y algo deberían aprender de la sabiduría popular y dejar de airear asuntos de banderas y de memorias que no pueden recuperarse porque, sencillamente, no han sido borradas.

Piensa que habría que esperar aún un poco, hasta que ya no estuvieran entre nosotros los testigos de aquella guerra.

No era este tema el que tenía previsto, pero me ha parecido interesante reflejar la opinión de este amigo, chico joven, con el que hablé el día de la festividad del Pilar y que me transmitió sus reflexiones.