El mejor representante del romanticismo inglés fue el poeta británico John Keats, que murió en 1821, con 25 años, habiendo publicado solo 54 poemas. Poemas y cartas de una intensidad emocional que le llevarán a desarrollar, por ejemplo, el concepto de «capacidad negativa». Fue en una carta dirigida a sus hermanos el 21 de diciembre de 1817 donde escribe que es «la capacidad de un hombre que es capaz de existir en las incertidumbres, los misterios, las dudas, sin la búsqueda irritable del hecho o la razón». Pensaba que Shakespeare era la referencia intelectual en este brutal desafío a las inclemencias del alma mientras se busca la belleza o la verdad. La que fuera musa de los Rolling Stones, Marianne Faithfull, publicó hace unos meses su último disco titulado, precisamente, Negative Capability, el legado de alguien que, habiendo entrado en el lado salvaje de la vida, sexo, drogas y rock and roll en estado puro, baja a las profundidades del abismo y, enfrentándose a sus demonios personales, a la soledad que la asfixia y a la vida que, inexorablemente, la ha ido destruyendo, descubre una brizna de luz entre tanta agonía. Descendiente directa -y ya es casualidad -de Leopold von Sacher-Masoch, inspirador del término «masoquismo»-, su biografía es un camino de autodestrucción, adicción a las drogas y escándalos que la han llevado a los 72 años con el cuerpo maltrecho y la salud en entredicho. Su Capacidad negativa es un disco sobre el tiempo pasado, las personas que se fueron, la esperanza trucada, los sueños diluidos y la juventud perdida. De juventud perdida escribía hace un par de años Antonio Orejudo en su novela Los cinco y yo, retrato de la última generación del franquismo, aquellos que nacimos en los 60 y descubrimos en las novelas de Enid Blyton -otra víctima del agresivo existir que no perdona- paisajes, amistades y aventuras que conformaron la educación sentimental de una época donde solo bastaban las pandillas y los interminables veranos. Enfermos de nostalgia, acudimos vez tras vez a aquellas vacaciones donde nos llenábamos de pasión por vivir. Miramos atrás con la impúdica ilusión de recobrar cuanto se fue porque, en palabras de Hemingway, «los recuerdos son hambre» y necesitamos reconstruirlos como bebida energética que nos ayude a impulsarnos entre tanta mediocridad y este maldito mundo grisáceo que no se cansa de darnos bofetadas.