Cualquier tiempo pasado no fue mejor, porque el tiempo mejor es el presente. Los humanos, con todo lo listos que somos, tenemos un grave problema con el tiempo que los demás animales no padecen: por añorar el pasado y por anhelar el futuro, dejamos de vivir el presente. Ningún ser vivo, a excepción de nosotros, pierde el tiempo, es decir, el instante sucesivo en el que se desarrolla la vida. Ese instante precioso, que hay que llenar de vivencia, de lucidez y de pasión si queremos aprovecharlo y disfrutarlo plenamente, lo solemos quemar en vano en el altar de la memoria o en el de la codicia, en la pira extinguida de lo que nunca volverá, o en la leña no prendida y que tal vez nunca arderá de la meta materialista o irrealizable. Por eso, los animales viven y nosotros existimos. Por eso cualquier animal es y está pleno en el instante presente y ofrece siempre la imagen del logro absoluto de su entidad, ya sea un colibrí libando una flor, una hormiga transportando su comida, un león echando la siesta o un elefante agonizando. Es una diferencia abismal en favor de ellos. Si cada hombre y cada mujer consiguiese ser hombre y mujer como el colibrí es colibrí y el león león, seríamos seres magníficos, en lugar de este ente frustrado, perturbado, melancólico, en que se han convertido muchos.

Ahora bien, si conseguimos vivir el presente e investirnos de nuestra entidad humana en cada instante, es decir, si llegamos verdaderamente a ser, podemos adornar nuestra vida con la radiación de fondo del pasado, como el cosmos recibe la luz de las estrellas que han muerto, y alegrarnos con lo que de futuro tiene nuestra labor diaria, como la semilla puede pensar con todo derecho en el árbol que será mañana.

Ahora estoy recibiendo la luz de mis trece años en forma de música. Recuerdo perfectamente el día que llegó a mis manos el primer disco de los Beatles. Compré Please Please Me en Casa Cerezo, la legendaria tienda de discos, única entonces en Badajoz, de la calle de la Soledad. Han pasado cincuenta años llenos de luz sonora para mí, gracias a estos músicos geniales que aún escucho a diario y cuya pasión comparto con amigos tan queridos como Ricardo Hernández Fernández , profesional del Derecho en Almendralejo y la persona que más sabe --y que mejor colección tiene-- de los Beatles en Extremadura. Lo mejor de todo esto es volver a ver a Ricardo, con los Beatles, hoy. Mi presente.