TMte siento a escribir con el paisaje nevado aún impreso en la retina. Las circunstancias, como tantas veces en esta vida en la que casi nada controlamos y muchas son las ocasiones en las que nos pone al albur de lo imprevisto, me han llevado a la carretera en medio del que al parecer está siendo el peor temporal del invierno. Pensaba en lo que trasladaría a esta columna, cuando de repente me di cuenta de que la mente transitaba por territorios distintos. El paisaje nevado y los copos que en su caída venían a morir contra el parabrisas, me habían metido en una ensoñación de aislada cabaña entre montes helados en mitad de la ventisca. Leía medio tumbada ante una alegre chimenea mientras afuera aullaba el viento. Así soñaba viendo pasar blancos bosques de coníferas, montes, campos y valles también blancos. El paso de una máquina quitanieves me sacó de la quimera devolviéndome a los pensamientos primeros.

Andaba preguntándome cómo era posible que aún hubiera gente, y no poca, que en Italia siguiera confiando su voto en Berlusconi. De nuevo il Cavaliere enseñando la manita y muchos estrechándola como si de ella fuera a surgir una magia distinta. Difícil es cambiar y menos que lo haga Berlusconi, pero en fin, ahí lo han puesto, en mitad de la pista del circo, junto al centroizquierda y a un señor llamado Grillo. Me reiría de no ser tan serio. Un pueblo, el italiano, que en realidad no confía en nadie y a nadie quiere dar poder ni siquiera cercano a lo absoluto. Pensaba antes de que el paisaje nevado me trasportara a la calidez de la chimenea de la cabaña, que algo así puede pasar en la próxima cita electoral en España.

Da igual quién haya ganado el debate, si Rajoy o Rubalcaba. Siempre me pereció una pregunta absurda que se hacían los medios y los periodistas para su propio consumo y el de los políticos. Da igual. Lo que importa es que sean capaces de alcanzar acuerdos que beneficien al pueblo. Esa su obligación, la de ellos y la de todos los que configuran el Parlamento. De lo contrario nos veremos como en Italia, con un circo, no de una, sino de dos pistas.

Ahora disculpen. Vuelvo al fuego de la cabaña y a mi libro.