Salvo los pescadores y los piragüístas, que consideran un privilegio tener un río de envergadura a la puerta de casa, el resto de los pacenses se ha acostumbrado a olvidar que hay un gran caudal de agua que atraviesa la ciudad, con orillas descuidadas y el fondo adulterado. Cuánta gente recuerda, y no hace tanto, los tiempos en que se bañaban en la playita junto al Puente Viejo. Ya entonces había piscinas públicas, pero el personal prefería el ambiente del río, su chiringuito y su olor a peces.

Ahora el Guadiana es un completo desconocido para el común de los badajocenses. Dicen que tiene rincones inigualables, apreciados por los ecologistas. Pero ni siquiera esta oferta medioambiental resulta atractiva, a juzgar por la limitada demanda de los hidropedales, una iniciativa loable, que veremos cuánto tiempo se mantiene. También los propietarios de los bares del río se lanzaron a cortar los eucaliptos para tener mejor panorámica desde sus terrazas. Pero la muchedumbre del botellón se muestra ajena cada fin de semana a su presencia y deja inundada la orilla de restos de juerga. No se trata de mirar al Guadiana, sino de zambullirse en su futuro y frenar su degradación.