Solemos referirnos a las ciudades de Marruecos -del Lejano Oeste, en terminología árabe- como si su evolución histórica fuese algo pintoresco, sólo tangencialmente en contacto con lo que fueron las andalusíes. A lo sumo admitimos -nacionalismo histórico manda- que puedan parecerse a las que hubo a este lado del Estrecho. Sobre todo en lo caótico. Son muy frecuentes las fotografías del intrincado casco de Fez para explicar cómo podía ser Qurtuba, o Tulaytula o, incluso, Batalyús. Y nos confundimos de medio a medio, porque, partiendo de una concepción colonialista, creemos que las norteafricanas siempre fueron así y que su aparente desorden es algo connatural a todo lo árabe. Conviene tener muy claro que el urbanismo islámico abriga una gran lógica, pero leída desde su propia concepción del mundo y no desde la nuestra, y que muchos de esos conjuntos urbanos que hoy nos parecen caóticos no lo eran en origen, aunque hayamos de aceptar la presencia de un enorme vacío de información, producto, entre otras cosas, de la falta de excavaciones arqueológicas sistemáticas y de centros de documentación. Como aquí. Hay suficientes motivos para afirmar que, como en las poblaciones europeas, la falta de autoridad fuerte, provocaba la relajación de la disciplina urbanística. Mucho más en sociedades, como la islámica tradicional, en la que la defensa de los intereses individuales, especialmente de la privacidad familiar, se antepone a cualquier otro derecho. Si examinamos los casos de Fez y de Marraqués y, aunque de fecha mucho más tardía el de Mequinez, podremos identificar varias constantes siempre manifiestas. La primera es la separación radical entre el espacio reservado a la autoridad -no hablo de poder-, que es civil, militar y religiosa a la vez. La segunda, el área, cercada o no, donde se agrupaba la población, en torno a una mezquita mayor. Esa segregación no siempre, o quizás nuca, se producía mediante una muralla. Más bien, a la muralla se le sumaba una explanada. En ocasiones este proceso se producía en orden inverso. Por lo sabido, Fez, fundada en el siglo IX, algunos años antes que Batalyús, no tuvo un área palatina independiente hasta el siglo XIV. Y en Mequinez, mucho más tarde -a finales del XVII y comienzos del XVIII-, el sultán Mulay Ismail construyó una enorme alcazaba junto a la medina, pero separada de ella por un gran espacio de terreno vacío.