Celia y María José cuentan los días para que llegue el verano y las contraten para meterse en la cocina del comedor escolar que funciona en el centro social del Gurugú, donde vuelven a convivir con los niños del barrio, a los que llaman por su nombre y miman con sus preferencias culinarias. El pan que se consume a diario procede de Panificadora El Nevero y la fruta de Extremeña Aragonesa Agrícola (Exaasa). Frigo les proporciona helados (ayer tomaron de postre bombones) y en el Cash Al Corte, cada vez que realizan una compra, les añaden algo a la cesta.

Su principal fuente de financiación es la Fundación Caja Badajoz, que les concede 11.200 euros. Otros 1.200 reciben de Educa, una fundación catalana a la que este año olvidaron presentar la solicitud y ellos mismos los avisaron para que no la perdieran. El Fega les ayuda a través de Cruz Roja y el Banco de Alimentos también les proporciona productos, incluso cuando no los tienen. Les ocurrió el año pasado, necesitaban cacao y como en Badajoz no había existencias, llamaron a todas las provincias hasta que desde Alicante les mandaron 35 kilos. Pero además de todo lo material, este proyecto sigue adelante, por cuarto verano consecutivo, gracias a la aportación de los voluntarios, jóvenes de Los Salesianos y otros del barrio. Tres monitores están contratados.

Todos estos hilos por los que llega tanta ayuda ponen de manifiesto que "alrededor de este proyecto hay una red solidaria muy importante", en palabras del presidente de la Asociación de Vecinos del Gurugú, Ricardo Cabezas. Este fue el primer comedor de verano que empezó a funcionar en Badajoz.

Desde ayer atiende a 50 niños, aunque la lista la conforman 68, que van ocupando vacantes cuando las familias se trasladan por motivos de trabajo. Tienen entre 6 y 14 años. La mayor es una excepción, pero esta niña acude todo el año al centro, saca muy buenas notas y en su casa son demasiados delante de la mesa, según cuenta uno de los dinamizadores Julio Rodríguez. A ella y a ningún otro les pueden decir que no.