Ponen y quitan la mesa, sirven los platos, reparten el pan, preparan las bolsas de bocadillos y atienden el ropero. Estas son las tareas que a diario realizan las voluntarias --casi todas octogenarias-- del comedor social de San Vicente de Paúl, en la calle José Lanot.

Van de un lado a otro sin parar y están contentas con la labor que realizan, pero son conscientes de que necesitan nuevas colaboradoras que las ayuden y tomen el relevo. "A veces nos fallan las fuerzas porque tenemos nuestros achaques", reconoce Carmen, de 78 años, que junto a Isabel, de 80, e Inés, de 52 --la más joven del grupo--, se encargaba ayer de que todo estuviera listo para atender a sus comensales.

Las voluntarias entienden que, por el horario del comedor, de 12.00 a 13.30 horas, las personas que estudian o trabajan no tienen posibilidad de colaborar, pero sí animan a mujeres que estén jubiladas o sean amas de casa a que se unan a esta familia . "Ahora estamos 15 voluntarias, que nos repartimos por días, pero si alguien falla muchas veces no tenemos a quién llamar", explica Carmen.

El comedor social de San Vicente de Paúl --fundado a principios del siglo pasado-- atiende de media a una veintena de personas al día (aunque en alguna ocasión han llegado a servir comida hasta para 54 comensales), a quienes también se entrega una bolsa con un bocadillo y fruta para la cena. Además, la crisis ha incrementado el número de usuarios que acuden en busca de alimentos.

El Banco de Alimentos les proporciona los productos perecederos y el resto, los compra el propio comedor con los donativos que recibe de particulares. "Hay muchos otros gastos: el local, el agua, la luz", comenta María, la cocinera, quien reconoce que se necesita mucha ayuda para mantener abierto el comedor de lunes a sábado.