En 1985 se aprobó la Ley de Patrimonio Histórico Español. Supuso una puesta al día de nuestra legislación en la materia, cuyos antecedentes fueron modernísimos, en su momento. Basta con leer su preámbulo, que es espléndido. Casi al mismo tiempo, o muy poco después, se traspasaron las competencias en materia patrimonial a las comunidades autónomas. La Ley se quedó sin reglamento y, por aquello del “café para todos”, se fueron promulgando normas regionales perfectamente innecesarias. Sólo los intereses políticos justificaban esa proliferación. También en Extremadura. Se podía haber completado la flamante norma nacional y haberse dejado de tanta legislación superflua. Pero en esos años no sabíamos nada de cómo podían ir las cosas. Creíamos que el vino y las rosas eran para siempre. Cuando entró en vigor la ley estatal los arqueólogos -la mayoría- creíamos en nuestra profesión y en su valor social. Que, unida a nuestra ansia de subir el nivel de un país radicalmente inculto, podía valorizar nuestro trabajo, demostrar que servíamos para algo, y ayudar a estructurar el tejido cultural de nuestra sociedad.

Con el tiempo, los intereses locales, el desarrollo mal entendido y muchas prácticas muy dudosas han ido desgastando las normas y a las propias administraciones, demasiado sujetas al clientelismo político, cuando no al familiar. Y, muy en especial en los lugares donde la estructura laboral era endeble y dependía de factores caprichosos como la estacionalidad. La meta entre los jóvenes egresados de las universidades pequeñas -no tanto de las grandes- era convertirse en funcionarios. Y eso, sin ser demasiado satisfactorio, en especial en nuestro gremio, no es malo de necesidad. No hablo, claro, de los funcionarios docentes. La Arqueología sólo se imparte en algunas universidades; las plazas son contadas y la plantilla, en el momento en que hablo, bastante joven. Hubo la posibilidad, nueva, de ingresar en los organismos técnicos creados y desarrollados por las administraciones regionales, pero, tampoco eso dio para mucho. Y ser técnico arqueólogo no es ser investigador. A veces y con mucho esfuerzo, sí. La suma de todo afecta también a la preservación del Patrimonio.