Dicen que la crisis ha pasado. No estoy tan seguro. Hablo desde el campo de la Arqueología. No desde la académica, sino desde la «free lance», la predominante por estos lares. Ha salido a la luz lo que era evidente desde antes de venirse abajo el sector de la construcción. Los egresados con un título oficial que justifique su dedicación se dividen en arqueólogos -excavan y publican según los cánones académicos- y excavadores -excavan para sobrevivir, pero no publican-. Lo peor de éstos no es que no pongan blanco sobre negro el resultado de sus trabajos, sino que carecen de capacidad para hacerlo. Por falta de bibliotecas próximas -y, a veces, de interés en visitar las lejanas- y por ausencia de formación continua, imprescindible en Arqueología. Si no excavan no cobran y nadie paga el estudio de lo encontrado. Clasifican lo que exhuman como mejor saben; explican los resultados en la prensa durante alguna visita oficial al tajo-los políticos salen en la foto, pero no entienden nada, como demuestran cada vez que tienen que hablar sobre estas cuestiones- y, si acaso, los invitan a dar una conferencia - sin cobrar por el trabajo- ante la erudición local, ansiosa de escuchar para hacer suyas las teorías ajenas. ¿Y en términos laborales? El excavador ya ha pasado de ser un peón de lujo. Ahora es, simplemente, un peón. Baja sus tarifas más allá de lo razonable -sin colegio que lo apoye-, y obedece órdenes no ya del concejal de turno, si la obra es municipal, sino del empresario que la infeuda. En Badajoz cualquiera cae en su feudo yermo. Nada de rechistar o no hay nuevo contrato, perdiendo dignidad profesional cada nuevo proyecto y sabiendo que nunca nadie lo va a tener en cuenta cuando se hable de Ciencia. La arqueología que se practica en Badajoz -no solo- no crea empleo, subemplea profesionales. Hace contratos basura, como en tantas otras actividades. Graduados de reponedores; doctores de administrativos. La Junta debiera reflexionar sobre esto, no solo pedir los presupuestos. Estamos hablando de política laboral, de igualdad de oportunidades, pero, también, de protección del Patrimonio. En la llamada Arqueología Preventiva, todo va junto. Y eso si la corrupción no se suma.