Conchi llegó de Portugal hace más de dos décadas. Le costó encontrar trabajo y también una vivienda. Vivió momentos duros y la desahuciaron por no poder afrontar los pagos. "Siempre me ha resultado difícil alquilar una casa por ser extranjera", lamentaba ayer. Ahora está jubilada, cobra poco más de 300 euros de pensión y la mayor parte de ese dinero lo destina a pagar el alquiler de la casa en la que reside en el Casco Antiguo. Su casa tiene humedades, pero el propietario no resuelve el problema. A ella, según cuenta, solo le queda aguantar "porque si pago un alquiler más alto, no puedo comer", dice resiganada.

Asegura que como inmigrante ha notado la desconfianza de algunos arrendatarios a la hora de alquilarle una vivienda y es consciente de que a pesar de que los tiempos avanzan todavía muchos extranjeros los que encuentran trabas para poder acceder como inquilinos a un piso.