Las Cuestas de Orinaza tienen una mala fama tan arraigada que la gente que allí vive, en condiciones tercermundistas, no inspira lástima por mucho que denuncien su situación de extremo abandono sino que, al contrario, los comentarios más habituales en cuanto se menciona este lugar es que si están allí es por algo, que todo el mundo sabe a qué se dedican y que muy mal no estarán a juzgar por los coches que tienen aparcados en las puertas. Su fama es su condena. La mayoría de los habitantes actuales nacieron y se criaron en las Cuestas originales, un ´guetto´ diseñado por la propia Administración, que luego no encontró otra solución para acabar con él que repartir a muchas de sus familias entre otros barrios y dejar allí a quienes consideraba, en base a no sé qué criterios, que no estaban preparados para vivir en comunidad. Muy bien no harían la selección cuando algunos realojados arrastraron con ellos allí donde fueron el conflicto (no hay más que preguntar en Suerte de Saavedra) y pasados más de cinco años, nada se sabe del seguimiento de los otros a los que los poderes públicos no encontraron un hueco en la ciudad y decidieron abandonarlos a su suerte en el extrarradio.