Sitúense en el semáforo de Puerta Palmas mirando al río y al puente viejo. Hacia la derecha, se puede girar en dirección a la rotonda de los poetas y, a la izquierda, enfilas el paseo fluvial hacia el puente de la Universidad. Volvamos al semáforo, que está en rojo. Delante, un coche mediano con intención de ir a la izquierda. Emprende la marcha, con dificultad, con lentitud, con miedo. Justo unos metros de marcha, hay otro semáforo en amarillo intermitente y paso de cebra donde los peatones tienen preferencia. Ahí, justo ahí, delante del paso, ya hay dos carriles. En los metros anteriores, dada la peligrosidad en la conducción que estaba mostrando el conductor que me precedía, le hice un suave adelantamiento para situarme a su izquierda frente a los peatones que cruzaban. No debió gustarle porque me lanzó un pitido de varios segundos que asustó a toda la concurrencia. Él se quedó detrás. Supongo que eso tampoco le gustó. Pero no detrás de mí. Se quedó detrás, ocupando mi carril y el otro. O sea, en el medio, molestando. Se abre el semáforo y, como ese tramo es una recta con control y límite de velocidad, pongo mi intermitente y voy a la derecha, para apartarme y que los locos del volante puedan acelerar al gusto. Me pregunto por qué hay amantes de la velocidad en ese tramo. Como digo, está controlada y es peligroso correr, sobre todo cuando se llega a una curva, casi al final del trayecto, que en un descuido puedes acabar en el bar El venero o en el fondo del río. Voy con el cinturón puesto ajustado. Y en ese momento veo que mi conductor favorito ha acelerado hasta situarse a mi izquierda y, sin cinturón y desafiándome, conduciendo en paralelo, empieza a hacer gestos con su mano derecha, como que estoy loco y sus labios se mueven con agresividad. Es un tipo de unos treinta años. Mal encarado, feo, descompuesto. Ni se da cuenta de la curva peligrosa. Me adelanta, con tan mala suerte que al llegar al semáforo siguiente, me pongo a su lado y solo le digo, como puedo, que allí había dos carriles, que no se puede correr en ese tramo y que se ponga el cinturón. Agacha la cabeza, mira para otro lado y reza insistentemente para poder emprender de nuevo la marcha. Un tipo ejemplar y un conductor de primera.