Los ricos del franquismo tenían bigote. Era fácil distinguirlos: Vestían ropa de marca y se pasaban la vida de vacaciones. Por eso tenían tanto tiempo para ir al fútbol, a los toros y a cazar. Su trabajo consistía en andar de comilonas con algún cargo del ministerio que les conseguía unos apaños para ir pasando: una obra de ingeniería civil, una ventaja en importaciones, cosillas sin importancia que mantenían al rico en su riqueza y les permitía seguir yendo a los toros, al fútbol y a cazar. Luego los ricos pasaron una época de vacas flacas porque estaban mal vistos en la esfera política, les decían fachas y tenían menos amigos que antes. Con ello, las cacerías y los toros bajaron en la consideración social --el fútbol, misteriosamente se salvó de la quema--. Cosa de fachas que los progres no debían permitirse. Fue un tiempo efímero. Pronto las tornas se volvieron y muchos cayeron en las ventajas que traía la riqueza, así que los llamados progres se dedicaron por completo a ganar dinero. Hoy, los fachas comprenden dos categorías: fachas progres y fachas venidos a menos. Los primeros destacan por estar mejor relacionados en la esfera política. Van de comilonas con gente influyente, poderosos que les permiten continuar engordando su riqueza. Visten de marca, aunque a veces compran el Rolex falso en un viaje subvencionado a New York. Tienen muchísimas vacaciones, en especial cuando consiguen acta de diputado o senador en cualquiera de las docenas de Cámaras existentes. Los segundos andan por ahí bastante arruinados, aunque hay alguno que sostiene con orgullo su origen facha de toda la vida. Ambos grupos coinciden en afeitarse el bigote y en los gustos: fútbol, caza y toros. Sobre todo esto último, como puede comprobarse en las fotos de Olivenza, todos mezclados, sonriendo a las cámaras. Por eso no entiendo a los fachas progres cuando se refieren despectivamente a lo taurino como discusión de ricos: ¿qué hacían ellos en los tendidos oliventinos?