Me gusta un texto evangélico en el que Jesús de Nazaret se dirige orante al Padre y reconoce ante él algo profundo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños... a la gente sencilla». Hace unos días fui testigo del cumplimiento de esta palabra en el barrio de la UVA en Badajoz, en una eucaristía que se celebraba en memoria y a favor de Jesús Martín Mendieta, fallecido en agosto pasado, sacerdote que vivió en dicho barrio más de veinte años de su ministerio, en medio de ese pueblo sencillo y humilde, a la vez que dolido y roto en muchos de ellos.

Se trataba de una celebración sencilla en la parroquia de Santa Engracia, que está en el corazón del barrio. El recuerdo de este cura, que había ultimado sus años de dependencia en Bilbao -su lugar de origen- convocaba a un grupo de gente que querían juntarse en su nombre y celebrar la eucaristía para dar gracias por él y su ministerio. El Arzobispo Celso, aunque no había conocido a este sacerdote, quiso hacerse presente en esta comunidad con este motivo tan pastoral y compartir con ellos la mesa y el pan de la vida. Había un grupo de sacerdotes, militantes de la HOAC y la JOC, y el grueso eran la gente de la barriada, los vecinos.

La celebración tuvo su recorrido normal. Una presentación de una militante obrera en la que se hizo una semblanza del trabajo pastoral y la aportación profunda de evangelio y vida que Jesús, en su sencillez y formación cuidada, había entregado. Seguimos con el perdón, con una homilía significativa del pastor diocesano en la que habló del sacerdote como un servidor de Cristo que ha de cuidar favorecer y no obstaculizar el encuentro del salvador con el corazón de cada persona, a la vez que lavar los pies y servir a todos los que nos rodean especialmente a los pobres. Mostró su satisfacción de conocer por primera vez a esta comunidad y de hacerlo cuando están recordando de corazón a un sacerdote al que tanto han querido. Después siguió la celebración con toda su normalidad, el sacerdote actual de esa parroquia abrió el momento de las peticiones para que la gente con libertad y espontaneidad participaran en dicha oración. Y ese fue el momento en que la gente sencilla, los del barrio tal cual, comenzaron a hablar con libertad: por su vecindad, porque sigue presente entre nosotros, porque nos amaba y amaba a los niños, porque vino con poco y se fue con menos… y daban gracias a Dios. Me llamó la atención mucho la afirmación tajante de un señor: «Jesús no se ha ido, él está presente, está en el corazón de todo el barrio, no vamos a olvidarlo nunca». Me llamó la atención este dato, en una celebración donde creemos en Cristo resucitado y lo comparé con aquellos que desean que les pongan su nombre a una calle; aquí seguro que no van a hacerlo, pero está claro que su nombre está en el corazón de la calle, en la gente que la habita y eso vale más que las cerámicas nominales de calles que se pierden en la oscuridad de lo anónimo y lo olvidado.

Al final de la celebración, llena de cantos del pueblo, Filo, un mujer sencilla y decidida subió al ambón, y oró dando gracias con limpieza de corazón y una claridad en su lenguaje que a mí me trasladó al cura querido que yo admiraba. Al que formó parte de ese barrio y de la causa de los obreros con el deseo de darles el evangelio, el de la vida y la justicia, la verdad y la paz. Filo no quería darme su papel, porque decía que tenía muchas faltas de ortografía, pero su ortografía era de una profundidad y ternura, que hasta las posibles faltas se hacían bellas. Os regalo su testimonio, como la voz del barrio ante Dios, agradeciendo y encomendando a este hermano querido, a este padre de ternura, a este cura entregado de pies a cabeza:

«Estamos aquí recordando a Jesús, nuestro párroco. Hablar de Jesús, es decir que pasó por la vida haciendo el bien. Jesús era feliz aquí eso era lo que quería, vivir entre la gente humilde y sencilla. Jesús fue querido por todos, él hablaba con todos, se conocía el barrio bien. Sabía el que estaba trabajando, en paro, el que salía a buscar espárragos para venderlos y traerle el pan a sus hijos. A Jesús le dolía los problemas del barrio, su vida fue una lucha por la justicia y un mundo mejor».

«A nosotros nos enseñó a ver todo lo que nos rodea, lo bueno y lo malo, no enseñaba a juzgarlo a través del Evangelio y nos enseñaba a actuar sobre ello, con justicia, con verdad y con amor. Así era Jesús, un sacerdote como se suele decir de pies a cabeza, fiel a su vocación y fiel a su cita diaria con la Eucaristía, le daba igual mucha gente que poca, había días que celebraba la Eucaristía con una sola persona, muchos sabemos quien era esa persona, Juanito, ya sabemos cómo estaba y qué pasaba por su cabecita, pero él venía a estar con Jesús, se sentía querido por él y Jesús lo quería también. Ya están los dos allá arriba juntos otra vez. Cuántas cosas buenas se pueden decir de Jesús, pero hoy nos despedimos con ese saludo tan bonito que el decía siempre: Hasta mañana en el altar».

Filo nos hizo vivo el pasaje evangélico: El padre ha enseñado lo importante a la gente más sencilla, a los que saben mirar con el corazón y se dan cuenta de que les ama gratuitamente. Me imaginé a Jesús gozoso en el Cielo viendo a su barrio y al arzobispo con ellos en esa cercanía e intimidad, cómo deseaba él que el pastor diocesano pudiera conocer y sentir a su barrio para que viera que lo que él decía era verdad.