Convendrán conmigo que pocos antídotos hay mejores contra la intolerancia que el salir de casa. Moverse. Airear las neuronas y los hábitos. Abrir las esporas y el pensamiento. El arte y viajar son limite a la barbarie, a la rigidez, a la cerrazón. Una coraza que abriga y protege del horror exterior y a la vez despoja de todo uniforme, desnuda, para que a la piel se adhieran todos los sabores, los olores, los paisajes y las gentes. Para perfumarnos de diferencia. Son el anti antifaz.

El anti orejeras. Son las gafas de ver, la lupa, la cantimplora. Y el arcoiris. Hay quien critica la existencia de los Erasmus, de los viajes del Imserso, de las excursiones escolares, de los intercambios...sin entender que el viaje alimenta la solidaridad, la comprensión, el crecimiento. Las becas, las ayudas, son una rampa, braille para que el chico de barrio, el vecino jubilado que nunca ha salido de su pueblo, pueda ver, mirar sin miedo o sin burla, lo nuevo, lo raro, lo desconocido. Son herramientas para comprender al otro, a si mismo. Elementos de corrección que buscan una sociedad igualitaria, abierta, generosa, sana. El arte que debiera ser concebido como un producto de primera necesidad, recibe, en ocasiones la consideracion de uno de lujo. Una sublimación solo accessible para unos pocos.

Los que poseen los recursos necesarios para acudir y vibrar en la ópera, para observar y sentir y entender el «dialogo» de los músicos de jazz, para elevarse ante un ballet, y emocionarse, coloreando su alma con la paleta de Velázquez, por ejemplo, los que pueden entender la vida, conocer la de otros desmigajada entre capítulos, versos, fotogramas o escenas de una obra de teatro. Una pareja de veinteañeros con su mochila, calados hasta los huesos y el gesto agotado echan mano de sus bolsillos sin alcanzar reunir el coste de una entrada para el Guggenheim. Al menos entra tú, le dice ella. Es Giacommeti y a ti te encanta. Él mueve la cabeza y de nuevo regresa al mostrador. ¿Cuál es el día gratuito? Estamos aquí toda la semana. Ninguno. Ni siquiera pestañea. Ni les mira. Fuera llueve, inclemente. Los anuncios de la sinfónica se erizan, en su mástiles, golpean, inhóspita la mañana.