TAtnda la gente --a mi modo de ver-- excesivamente revuelta con lo del nuevo partido vasco, Sortu. La mayoría, rasgándose las vestiduras y hablando de tremendos males porque no pueden consentir que tales gentes formen parte de este sistema nuestro tan demócrata. Mejor dicho, parte legal. Porque estar, están. Es más, la izquierda vasca con o sin ETA, más o menos abertzale, más o menos nacionalista y/o separatista, lleva siglos de existencia. No hace tanto, a la mayoría de los que vivíamos entonces nos cayó muy simpático el hecho de que un comando vasco --tan terrorista como el que más-- hiciera volar por los aires al almirante Carrero . Para poder presentarse a las elecciones han dicho que condenan la violencia y, al parecer, pretenden cumplir otras circunstancias de las leyes a las que están sujetos los partidos políticos. Pero sus detractores alegan que mienten bajo el argumento de que siempre han mentido, tratando de impedir su legalización. Esto lo dicen, y se quedan tan anchos. Como si no supiéramos que en este país --y en otros-- todos los partidos mienten. Quien más, quien menos, tiene, ha tenido o tendrá entre sus filas a algún corrupto, algún criminal de cualquier tipo, cosas que esconder y hechos vergonzosos en su historia. A menudo, lo peor de la democracia son las palabras --por lo menos desde que desaparecieron Aristóteles y Pericles --. Los demócratas, especialmente los demócratas profesionales metidos a políticos, usan tal cantidad de ellas, que suelen decir un montón de mentiras y casi ninguna verdad, pero parece que solo se nota cuando las dicen los demás. Esa gente son una realidad, tanto si gustan como si no, tanto si mienten como si no. Si entre ellos hay un criminal, ese será juzgado con las leyes existentes. Y si el partido incumple algún artículo, lo dirá quien tenga que decirlo. Para eso nos hemos inventado tanto organismo demócrata y tanta ley llena de palabras y de versículos. A ver si ahora va a ser cierto que no sirven para nada.