GLga perversión que practican políticos corruptos, banqueros sin corazón, líderes iluminados, clérigos pedófilos, aristócratas timadores y otros especímenes de parecido pelaje, necesita a su vez pervertir el lenguaje para disimular su abyecta naturaleza. Los pervertidos de toda laya tienen dos formas básicas de protegerse. La primera es muy común y sale de ojo enseguida, porque es la táctica del "y tú más". La segunda, la que trata de pervertir el lenguaje, es menos evidente y por eso tenemos que estar todos muy atentos para no dejarnos engañar dos veces por la misma mentira.

Los responsables de la perversión que enfanga hoy la vida y la realidad hasta extremos insoportables aquí y en Roma, intentan siempre esconder sus culpas con palabras que nada tienen que ver con el concepto que les define. María Dolores de Cospedal llama "simulación de salario" a la mordida que Bárcenas cobró al PP hasta enero de 2013 por permanecer callado. Iñaki Urdangarín llama "empobrecimiento injusto" al efecto que sobre él tiene la fianza impuesta por el juez para responder por la pasta que se llevó por la cara. Los banqueros llaman "ejecución hipotecaria" a la ejecución que asesina a seres inocentes. Rajoy llama "mandato democrático" al desmantelamiento inicuo del Estado del Bienestar. El Vaticano llama "acoso" a los abusos sexuales que el cardenal primado de la Iglesia Católica de Escocia perpetró sobre seminaristas y curas. Hasta el propio Papa dimisionario ha querido disfrazar su agotamiento físico e intelectual ante una curia romana que lo ha derrotado, diciendo que ha abdicado porque Dios le llama a la oración, lo que prueba también que en todas partes cuecen habas.

Los periodistas, que somos el canal por el que debe discurrir limpia el agua de la semántica, somos los primeros que tenemos que estar vigilantes para no colaborar en esta farsa. Y los ciudadanos debemos estar atentos también para no dejarnos engañar por esas mistificaciones. Periodistas y ciudadanos debemos hacer cada día el saludable ejercicio de llamar a las cosas por su nombre, para no seguir el juego a quienes, habiendo pervertido la vida, tratan de pervertir también la realidad para que no nos demos cuenta. El verdadero nombre de las cosas es un arma poderosa para combatir la podredumbre.