Soy de la generación que conoció algunos cines de verano en Badajoz, como la terraza del López, el Ideal, la plaza de toros o el cine Santa Marina, donde recuerdo La vida sigue igual, con un Julio Iglesias empezando a despuntar. Soy uno de los que no dejaron entrar en el cine Conquistadores, porque era para mayores de 14 años, a ver la película El coloso en llamas; de los vieron Titanic en el Menacho, la última película que allí se proyectó, antes de su defunción como cine; de los que disfrutaron de La misión en el López de Ayala antes de que desapareciera su monumental gallinero; de los que conoció el Avenida. Casi viví en los cines Puente Real desde su inauguración hasta su abandono y posterior conversión en Centro Joven y de los que con las nuevas salas del centro comercial Conquistadores decidió que la pantalla grande empezaba, salvo excepciones, a pasar a mejor vida. La última, la nueva de Tarantino, pero es que la anterior fue Blade Runner 2049, o sea, que voy en serio como mi lenta deserción. He vivido los años duros de un Badajoz sin cine o la época cuando las películas llegaban con semanas y meses de retraso, si es que venían. Trenes que se queman o no llegan, aviones que se atascan, carreteras que no se completan y, aunque en muchos ámbitos de la cultura, más en que el de las infraestructuras, hemos avanzado, prácticamente, en todas las artes, siguen quedando resquicios de un pasado que no olvidamos porque, de vez en cuando, se asoma y nos apaga la sonrisa. El 27 de septiembre se estrenó Mientras dure la guerra, la última de Amenábar (7 pelis, un Óscar, un Globo de oro, 9 goyas y 2 premios europeos del cine le contemplan) y ahí sigue. El 4 de octubre se estrenó El crack cero, la última de Garci (19 pelis, un Òscar, 3 nominaciones, un Goya, un Emmy y 17 libros le contemplan) y me pregunto por qué tenemos que ir a Cáceres a ver la película ya que en Badajoz no se ha programado.

Conozco, ligeramente, los enrevesados conflictos de la distribución cinematográfica en España, pero es inconcebible que El crack cero, la última de uno de los grandes del cine español, no haya encontrado, como Rambo, un lugar donde proyectarse en Badajoz. Sé que no es una vuelta a las andadas, pero es un elemento más que suma a mi desafección por unas salas que programan tan raro que me siento raro cuando acudo a ellas.