TCtuerpo ]azul y cabezón rosa del que sale una llamarada fucsia y amarilla. Papel coloreado por la niña que lo fijó con imanes a la nevera. Sobre la llamarada puso una taza para calentar el café. En las pequeñas garras delanteras colocó el tostador y un bol con fruta. Es un dragón que prepara el desayuno para la familia y, como es un dragón bueno, tiene un corazón sobre su cuerpo azul y una estrella en su rosada cabeza. No posee alas, sino patas. Son verdes y están rematadas con los imanes de dos brillantes babuchas.

La niña lo imaginó y lo hizo. Es un ejemplo, uno de los muchos, muchísimos, que surgen cada día, y lo cuento porque demuestran que están equivocados los expertos que tanto hablan de la falta de imaginación y creatividad de los niños de ahora. ¿Qué los hay enganchados a las Play y a los juegos de ordenador?, los hay, pero no creo que sean mayoría. La niña que diseñó el dragón que ocupa gran parte de la nevera de la orgullosa abuela, esa niña también pinta, y su primo traslada al papel, armado con lápiz y goma, una foto de familia. No son únicos, son normales. Los niños siguen siendo creativos y se entretienen, como siempre, desde que el mundo es mundo, con sus cosas, igual que nosotros a sus años. Yo tenía un caballete y todo el dinero que conseguía lo gastaba en Suero, la tienda de pintura que entonces estaba en la calle Calatrava, unos números más arriba de la casa donde vivía. Allí entraba a comprar lienzos y tubos de óleo de colores. También pintaba y recortaba en cartón muñecos, y les articulaba brazos y piernas. Y no fui una niña especial. Era como todas. Cada una de mis amigas se entretenía imaginando sus cosas.

No veo que los niños hayan cambiado. Son creativos, como lo fuimos nosotros, y esto es así porque el mundo los necesita, porque son los constructores de mañana.