En noviembre de 2008, existía en España un debate sobre si lo que estaba pasando era algo transitorio o el inicio de una crisis. Todavía vivíamos en plena borrachera de las burbujas inmobiliaria, energética, financiara y de lo público. Estábamos, al igual que ahora, rondando los diecinueve millones de empleos, pero con salarios muy superiores a los actuales, con un millón menos de pensionistas, con menos de la mitad de la deuda pública, y según el Presidente del Gobierno de entonces, con el sistema financiero más robusto de occidente. En esos momentos al que hablaba de crisis se le consideraba un traidor y enemigo de España. Los problemas se solucionarían con el tiempo.

Para evitar los primeros síntomas en lugar de tomar medidas estructurales se anunciaba el famoso Plan E, que en Badajoz nos permitió abordar obras como la plataforma única de Menacho o la remodelación del Viejo Vivero. Obras que agradecemos, pero que nos metió en una escala de déficit público que todavía estamos sufriendo y que desaprovechamos para cambiar el modelo productivo.

Nos hemos subido a la crisis para no bajarnos, o eso parece como asumido. Entonces Extremadura estaba a la cola de España y 10 años después seguimos en la cola, pero la situación es muy distinta. Dicen las estadísticas que España ha recuperado los datos de antes de la crisis, pero unos más que otros. Extremadura sigue a la cola e incrementado el diferencial con la media. Crecemos en empleo, crecemos en PIB y en Renta, crecemos en exportaciones, crecemos en turistas, pero la realidad es que estando 30 puntos por debajo de la media de España en renta per cápita, crecemos medio punto por debajo de la media, incrementando la diferencia. Crecemos en empleo, pero casi la mitad de la media de España. Los jóvenes se están marchando de nuevo. En el 2008 el que se atrevía a mentar la crisis era acusado de pesimista, ahora quien en Extremadura pone de manifiesto la grave situación que padecemos se le califica de catastrofista. Las soluciones no son fáciles ni agradables, pero las hay, disimularlas o negarlas no sirve más que para agravar el problema. A estas alturas ya no valen paños calientes o simples mejoras. Los cambios que necesitamos son de rumbo. Lo preocupante es que no se escuchan propuestas valientes e ilusionantes.