En esta España de infinitas cortinas de humo, donde un día un imbécil se suena los mocos con la bandera española y otro día una catedrática nos toma por tontos, y todo por ocultar la triste deriva de un país en descomposición y sumido en un anticuado circo de tres pistas donde el mensaje no es el más difícil todavía, que podría ser, por aquello de las estupideces, sino el a ver quién nos toma antes por gilipollas, llama la atención que no nos llame la atención la pérdida de valores, lo realmente importante para que una sociedad sobreviva a tanta mediocridad.

En esta España donde pase lo que pase, si le sucede a los nuestros, tengan o no razón, montamos la tercera guerra mundial, pero si le pasa a los otros, aunque sea lo mismo, miramos para otro lado, resulta curioso que a nadie le importen noticias como la absolución, en Pakistán, de Asia Bibi. Madre de cinco hijos, llevaba ocho años en prisión acusada de un delito de blasfemia que, en aquel país, y según la legislación islámica que impera, la podía llevar a una cadena perpetua o a la horca. Y todo por un vaso de agua tachado de blasfemia que, de acuerdo a la argumentación del magistrado, suele utilizarse como arma arrojadiza. Tras la absolución por el Tribunal Supremo, se han multiplicado las protestas radicales que exigen su ahorcamiento y han logrado, por parte de las autoridades del país, que Asia Bibi no pueda abandonarlo, a pesar de correr peligro de muerte, que la sentencia pueda ser revisada y que quienes han sido detenidos por las revueltas, sean puestos en libertad.

La sentencia entremezcla lo teológico y lo jurídico y, en sus primeras 15 páginas, el juez realiza una exégesis sobre la base del delito de blasfemia a partir de los versos del Corán y las suras de Mahoma. La blasfemia es, pues, un asunto delicado en algunos países. La organización Puertas Abiertas, que establece anualmente una lista de persecución religiosa mundial, sitúa a Pakistán en quinto lugar. Esta historia, más allá de lo terrible e inexplicable que es, nos enseña sobre la libertad que tenemos en España y Europa, donde cualquier botarate puede blasfemar sin consecuencias, denigrar el cristianismo, pero alabar otras creencias quién sabe si por miedo más que por respeto o recibir dinero de países igual de lesivos para los derechos humanos y que, por cierto, están en el top ten de la persecución religiosa.