Conviene aclarar, para que no parezca que todo lo descrito en estas columnas es casual, que las Cruzadas tuvieron un cierto aroma a enredo familiar, aunque no me refiera a los problemas internos entre monarcas europeos. Alfonso VIII de Castilla, casado con Leonor de Inglaterra, fue yerno de aquella reina, famosa por muchos motivos, Leonor de Aquitania. Se casó ésta en segundas nupcias con Enrique II de Inglaterra y tuvieron varios hijos; el más famoso, Ricardo Corazón de León. De lo que se deduce que Alfonso, el castellano, y Ricardo, el inglés, eran cuñados. Había más parentescos, que no son del caso, pero también resulta que los enemigos de ambos, los ayyubíes, de Siria-Palestina, y los almohades, del Magreb, mantuvieron unas buenas relaciones. El sirio pidió ayuda al magrebí para que evitase con su flota la llegada de la III Cruzada y una parte de las tropas del califa almohade -arqueros- era de procedencia medioriental. No extrañará después de todo esto la rápida difusión de los avances técnicos, especialmente de los militares, entre monarcas europeos e islámicos. Ya para esa época el fenómeno histórico al que llamamos Cruzadas se percibía como una lucha general entre Cristianismo e Islam, con todos los matices que se quiera. Por cierto, para que nadie vuelva a las dialécticas maximalistas de siempre, debo señalar cómo en el ejército de Saladino combatían cristianos y cómo el del califa de Marraqués lo constituían en parte castellanos trasterrados y puestos a su servicio. ¡Figúrense, esta costumbre de alistar mercenarios extranjeros, cristianos, en ejércitos de mayoría musulmana venía de lejos! El lugar de aquella ciudad donde los almorávides acuartelaban a sus contingentes cristianos, mandados por un catalán, se llamaba Santa Eulalia. ¿Les suena?

Cuando, en 1211, el califa Muhammad al-Nasir desembarcó en Al-Ándalus para acabar con el castillo de Salvatierra, desde donde los caballeros calatravos molestaban la frontera norte de su imperio, se trajo una o varias máquinas de guerra capaces de lanzar grandes proyectiles. Todas las crónicas, árabes y romances, lo afirman. Y tomó la fortaleza. ¡Lo han adivinado, el trabuco parece haber llegado a Occidente!