Africa. Un marido infiel, un baile. Meryl Streep lleva un vestido largo, organza y seda negra. Toca la orquesta, Let the rest of the world go by. Despacio, lentamente. Con un impecable smocking apoya la mano en su cintura, ella ladea la cabeza, los párpados caídos, entrecerrados los ojos, un mechón de rizos se despeina sobre su frente. Permite que se acerque más. Se besan. La cuenta atrás del año que se acaba, el confeti y las serpentinaS sobre ellos, quietos, los aplausos y el Dios salve a la Reina, cantado a coro, separa sus cuerpos, les separa. Shirley MacLaine celebra, con su amante, una fiesta con matasuegras, en el club gritan eufóricos y ella, vacía, toquetea sus perlas y de repente comprende, corre, corre en las calles de Nueva York heladas, buscándole. Él le abre la puerta con una botella de champán, y le dice «me oye señorita Kubelik, estoy locamente enamorado de usted». La escena concluye, mientras reparte las cartas y sonríe, «no diga más y juegue». Holden, un escritor mediocre, llega a la fiesta de Nochevieja de Gloria Swanson, todo el escenario es suntuoso, una orquesta toca para ellos, tangos, y ella le regala una valiosa pitillera mientras diseña un futuro juntos. Él asqueado la rechaza. Lo abofetea. La abandona para siempre. Las últimas noches del año se suceden llenas de símbolos y de promesas. Incluso a los más escépticos, a los que en lugar de traje de noche, vestimos pijama de cuadros, libro, y jazz que nos susurre el sueño, nos invade un deseo de cambio, esperando que todo el dolor que los meses pasados han dejado, pase, pase rápido, ya, como si las campanadas fueran abriendo los chakras, y se colara por fin un buen aire por nuestras fosas nasales, inesperadamente abiertas, inhalando límpidas bocanadas de amor, renovado, fuerte, un chorro de salud desbordado, como el agua que apaga los incendios, y al final, llegara Paz, y pudiésemos descansar, soñando no equivocarnos más, con escribir los renglones siempre rectos, listas de propósitos, en un cuaderno a estrenar, junto al que alineemos, el lápiz recién afilado, la goma que huele a nata, blanca, pura. Tan apetecible que quisiéramos comérnosla, como al año que comienza.