Menudo invento, que no del Maligno, sino al contrario, por mucho que en las redes sociales solo se pronuncien detractores del uso de radares fijos para controlar la velocidad y así evitar accidentes de tráfico de consecuencias fatales. Cuando saltó a la luz que el Ayuntamiento de Badajoz estaba instalando una cuarta carcasa de radar fijo en la avenida de Elvas, las reacciones críticas fueron inmediatas. La mayoría -creo que todas- echaba en cara al gobierno municipal la decisión porque a su (insano) juicio la colocación de estos artilugios no tiene otro fin que el recaudatorio: acribillar a los conductores que ya contribuyen con esfuerzo al erario público para que los políticos que ahora mandan en el consistorio puedan mantener a más liberados y personal a dedo.

No ha faltado quien ha lamentado con reproches demagógicos que en lugar de tanto invertir en radares bien podrían los gobernantes locales echar estos ahorrillos en cubrir necesidades más acuciantes. Pocas inversiones podrían solventar, pues la adquisición de la nueva carcasa, que se sacó a licitación junto a la compra de un segundo cinemómetro (que son las cámaras que van dentro y que van rotando por las cuatro cabinas ya instaladas en la ciudad), no llega a 63.000 euros. A esta crítica se sumó algún político con ganas de sacar partido al enfado ciudadano generalizado, en una reacción irresponsable por parte de quien tiene aspiraciones a gobernar y debe saber que el fin último y primero de un radar no es el recaudatorio, por mucho que los ingresos municipales se hayan incrementado en los últimos años por este concepto, sino que la sola presencia de la osada caja gris subida a un palo es suficiente para que los conductores se conciencien de las nefastas consecuencias de no respetar los límites de velocidad.

Se demostró en el puente Real, donde se colocó el primer radar fijo. Antes de tomar esta determinación, el ayuntamiento no era capaz de poner remedio a las carreras que conductores inconscientes protagonizaban en el tablero del puente más moderno de Badajoz. En el centro llegó a haber un paso de peatones, que por mucho que se repintó y se atavió con señales luminosas, no hubo forma de impedir los atropellos. El paso de cebra se borró y la colocación de la cabina del radar fue decisiva para acabar con los excesos de velocidad en este tramo de la ciudad, donde ya hay pocos que se atrevan a pasar de 48 kilómetros por hora. La mayoría circula en fila india entre rotonda y rotonda. Es verdad que al principio cazó a muchos despistados, pero los conductores habituales ya saben dónde está el radar y creyéndose más listos que él, lo retan a medir su cachaza, sin poder comprobar si realmente detrás de ese ojo cuadrado hay algo o es solo una sospecha. Ante la duda y como las multas escuecen, mejor hacer el paseíllo a ritmo de la realeza, como el propio nombre del puente invita. Tan efectiva ha sido la presencia de este radar fijo que el número de sanciones se ha reducido drásticamente y han pasado de más de 11.000 a menos de 700 el año pasado. De ahí que los responsables municipales del tráfico hayan cogido el gusto a seguir utilizando este invento en otros puntos conflictivos de la ciudad. Quizá hubiese estado bien que alguien hubiera informado previa y puntualmente de su colocación y de los motivos de la elección de su ubicación, para evitar suspicacias, que ya se sabe que son como ampollas cuando afectan al bolsillo. Por mucho que la distorsionen, los conductores saben la fórmula para evitarlo: no pasar de 50 y verán cómo el objetivo no es recaudatorio. En su mano está, o más bien en su pie derecho.