Habrá sido una experiencia inolvidable, para soldados que dirigieron su carrera profesional a defender a su país. Habrán vivido momentos de compañerismo intensos e instantes en los que han tenido que demostrar todo el entrenamiento recibido, en bases militares sin conflicto.

Nada que ver con la misión en Bosnia, donde podían hasta salir de cañas y hacer excursiones en un territorio europeo con una cultura más cercana. Irak es un país en guerra, destruido y en proceso de destrucción. Donde se soporta un frío extremo o un calor desmedido. Condiciones higiénicas deplorables y, para más inri, las últimas semanas los altercados se han vivido cerca, tanto que ha llegado a haber heridos.

Ellos, los soldados que han vuelto, están obligados a decir que todo ha ido bien, que la situación está tranquila. Pero sus rostros y sus petates no reflejan lo mismo. Eso lo saben sus familias. Para los padres, madres, hijos, hermanos, esposas y maridos de estos militares, probablemente han sido los cuatro meses más largos de sus vidas en común, separados a una distancia desmedida e inimaginable. Para ellos cualquier noticia era mala, por mucho que al otro lado del hilo telefónico les dijesen que todo iba bien. Bien estarán cuando lleguen todos, ahora que están llegando.