Necesitaba demostrar que la cultura puede ser segura, que es segura, y lo está consiguiendo, a pesar de las dificultad de tener que adaptarse casi a diario a las nuevas condiciones que el ritmo de la pandemia impone, con porcentajes de aforos que suben y bajan en paralelo a las cifras de positivos y de sus contactos.

El Festival Internacional de Teatro, cuya 43 edición acaba de celebrarse en el López de Ayala de Badajoz, ha puesto de manifiesto que las artes escénicas pueden y deben sobrevivir más allá de los formatos acoplados a las redes sociales, en comunión con el público en directo. En vivo y en directo. Porque no es lo mismo, ni parecido. El teatro es contacto con el espectador y esta maldita crisis sanitaria había puesto en cuestión esta definición. Pero el López de Ayala -y sobre todo los incondicionales del teatro y del festival- ha demostrado que a pesar de todos los inconvenientes, de todos los requisitos, de todas las medidas, la cultura puede y es segura. El público de las actividades que el López ofrece lo está comprobando y también lo ha hecho el del festival, que se ha podido celebrar, con los temores de la organización, comprensibles. Si el boca a boca funciona, puede ser que el buen desarrollo de esta programación anime a más púbico a acudir a las próximas propuestas del teatro pacense. En ningún lugar se puede sentir uno tan seguro como en este espacio creado para soñar y sentir. Ni las mascarillas, ni la distancia de separación obligada impiden que el espectador pueda disfrutar y embriagarse de lo que el escenario y sus protagonistas le ofrecen. El López fue reticente a abrir sus puertas en la nueva normalidad, porque las condiciones que se le exigían eran enrevesadas, y lo son, pero parece haber encauzado el difícil camino impuesto por una pandemia que está cambiando todos nuestros mundos, los lejanos y los cotidianos.

Ni el espectador más despistado se libra de cumplir las normas del teatro pacense. En el momento en que adquiere las entradas online un mensaje le advierte de que, como medida de prevención, la apertura de puertas se realiza una hora antes del espectáculo y se ruega acudir con suficiente antelación pues, una vez que comienza, no se permite el acceso a la sala por motivos de seguridad. Al llegar al teatro, con la entrada registrada en el móvil mediante un código QR, se accede por entradas diferentes en función de si el asiento es par o impar. Una vez dentro, en el recibidor un trabajador del teatro toma la temperatura y, más adelante, otro ofrece gel hidroalcohólico para desinfectar las manos. Cada titular de cada entrada se dirige por un acceso en función de su ubicación y, cuando ya está sentado, una voz en off le recuerda todas las restricciones que se están aplicando y que se deben cumplir.

Aunque el aforo máximo obligado era durante el desarrollo del Festival Internacional del 75%, el López de Ayala lo rebajó hasta el 62%, con lo cual había muchos asientos vacíos entre los que se podían ocupar. Los asistentes que acuden en pareja pueden sentarse juntos, no así si son más de dos, y las butacas que no se pueden ocupar, porque sirven de separación entre las que sí se utilizan, están inhabilitadas con cintas que obligan a mantener cerrado el asiento. Al terminar la función, de nuevo la voz radiofónica avisa del orden de las salidas, que se realiza por número de filas. No puede ser fácil para los responsables el cumplimiento estricto de todos los requisitos de prevención. Lo han hecho posible y ha sido el único de los festivales de la región que ha mantenido su fecha, mientras que otros han tenido que suspenderse o posponerse. Garantizar la seguridad es la única forma de preservar la participación en actividades culturales en directo. ‘Cultura para vivir y sentir’ es el lema con el que abre el López su página web. Vivir y sentir, aunque sea con mascarilla y a distancia.