TNto seré yo quien critique o corte las alas a los profetas, visionarios o conquistadores que son capaces de ver e ir más allá y logran éxitos que, al final, hacemos propios. Toda sociedad necesita ciudadanos que, desde la inquietud, la curiosidad y el deseo, reivindiquen y exijan derechos, soluciones y sueños que hagan más felices a la colectividad. Pero la comunidad, afortunadamente, es plural en todos los sentidos y esto quiere decir que también son necesarios los que, con los pies en el suelo, echan cuentas, analizan los obstáculos y hacen de abogados del diablo. Que un mercado de abastos es bonito, no lo discute nadie. Que sea necesario, rentable y viable, eso ya es otra historia. Ni siquiera el hecho de que lo avalen diez mil firmas lo convierte en posible. La buena gente pide imposibles y firma sueños porque, entre otras razones, son este tipo de cosas las que nos mantienen vivos y despiertos pero, a veces, hay que situar en el escenario cuestiones menos amables. La nostalgia por el mercado de la Plaza Alta o el de la Plaza Chica no debe confundirnos. Los olores de un mercado también incluyen el pescado y la carne, además de frutas, flores y hortalizas. Que sea visitable o turístico, como el de San Miguel o La Boquería, resulta interesante pero no es la función última de un mercado. La ubicación es un problema añadido: ¿hay algún sitio lo suficientemente grande en el casco antiguo que no sea un valiosísimo terreno en la calle Prim? ¿De verdad se piensa en serio en trasladar el edificio del antiguo mercado hoy en el Campus? ¿Y dónde lo ponemos, otra vez en la Plaza Alta? Tampoco se pueden mezclar conceptos como economía de cooperativa ecológica y negocios donde la rentabilidad es esencial. No todo el mundo está dispuesto a arriesgar su tiempo y su dinero y, menos aún, con proyectos que pueden resultar en grupos pequeños pero no cuando hay que pagar todos los meses facturas, impuestos y nóminas. Las Danaides, las 49 hijas del rey de Argos que mataron a sus maridos en la noche de bodas, fueron condenadas por los dioses a acarrear eternamente agua por los infiernos con un recipiente sin fondo. De ahí viene lo de meter agua en un cesto, o sea, lo frustrante que puede resultar intentar imposibles. Un mercado de abastos es bueno y bonito pero nunca es barato y ni siquiera los hermosos recuerdos, la buena voluntad de la gente o la mucha ilusión pueden sostener un sueño que, en el fondo, es una actividad económica y empresarial sujeta a infinitas limitaciones, todas ellas relacionadas más con la razón que con el corazón.